...

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Eclipsados.
La Luna tan coqueta y tímida como ella sola, sin querer revelar su rostro por completo, tan grande y pequeña a la vez, superior a tantos y tan ínfima en comparación con su amiga la Tierra, es toda una dama que maquilla su rostro cada semana, con un tono diferente buscando sentirse llena en algún momento para volver a sentirse vacía, oscura y sola.

El Sol, ardiente, feroz, pero tan atento, brindando un poco de esa energía que le sobra a los demás astros, siendo el más grande, el más poderoso, siempre vistiendo sus colores tan radiantes, constante en su labor de iluminar los días, de su amiga Tierra.

Sol y Luna son tan distintos, no hay una sola cosa que los una, bueno tal vez sí...

Luna, ama a Sol con todas sus fases.
Sol, ama a Luna, con la intensidad de su fuego interno.

Estos dos jóvenes pero tan viejos, se miraban desde lejos, cada día se veían y rozaban sus manos casi a propósito.

Hasta que hartos de esperar y de susurrar a la galaxia sus deseos, fueron corriendo a el encuentro del otro, contando los kilómetros que demorarían en verse, frente a frente.

Cuando quedaban solo unos pocos metros de distancia, sus sonrisas fueron tan anchas que las estrellas dejaron de hablar por un momento para silenciar cualquier actividad en el firmamento.

Se dijeron todo lo que habían reservado para sí con el transcurso de los milenios y cuando fueron correspondidos se besaron tan intensamente que las estrellas cerraron sus ojitos mientras otras, corrían hacia las nubes más cercanas a comentarles lo sucedido.

El Sol abrazaba a Luna como si nunca la quisiera dejar ir, como si todo lo que le faltara lo obtuviera de ella y Luna nunca se sintió más completa, no había un cuarto de duda que ese, era el astro que amaba, que le daba luz.

Pero la Tierra, siempre llena de imperfecciones sintió celos de este gran amor y le inundó la tristeza, pensando que ahora, toda la luz de sol siempre sería para otra, que ya su compañera dejaría de agitar sus mareas, pensó que no habrían más cambios en las flores ni en el viento, pensó que sus humanos, esos que tanto protegía con capas y capas a su alrededor perecerían ante tal tragedia.

Tierra les dio un grito de ayuda, exagerando aún más de lo que en realidad pasaba y los dos amantes movidos por la compasión, se despidieron otra vez pero con la certeza de que nunca habría otro para ellos.

Ni Mercurio, que se acercaba a el Sol para engatusarlo con sus tonos rojo pasión, ni Marte que cada día hablaba con la Luna argumentando que pronto tendría que ir a su lado, solo había alguien por el que sus labios permanecerían separados y sus manos sin entrelazar: la Tierra.

Pero dicen, que no hay tiempo que separe a las almas afines y cuando la ansiedad supera a estos dos amantes corren a besarse tan solo por minutos o tal vez segundos y regresan a su pedacito de cielo.

Amores como el del Sol y la Luna pueden haber muchos, pero pocos perduran tanto.