...

0 views

La última promesa - Capitulo 5
Juli llegó a San Martín de los Andes por la tarde noche en el último vuelo del día. Tuvo que usar una parte de sus ahorros para comprar un pasaje de avión e iba a tener que trabajar unos meses para recuperar lo que gastó. Tuvo suerte de que había asientos disponibles ya que el vuelo estaba casi todo vendido. En dos horas, ya estaba en el Aeropuerto Chapelco donde se tomó un taxi hasta la dirección de la Hechicera Austral.

Más de una hora después y de transitar más de 40 kilómetros, Juli llegó a la casa de Saraia, ubicada en Quila Quina. Ya se había hecho de noche. La cabaña de la Hechicera Austral era austera, pero su vista era impresionante: se podían apreciar las aguas cristalinas del Lago Lácar y la flora y la inmensidad del Cerro Bandurrias. La cabaña contaba con un living conectado con la cocina, un baño, dos habitaciones y un pequeño lavadero. Tenía un pequeño patio en el frente donde había una hamaca paraguaya y una silla reclinable.

Saraia lo recibió a Juli con unas ricas milanesas que él devoró en cuestión de minutos. Después de eso, tomaron un té antes de irse a dormir. Mañana tenían que encontrarse con los elfos del lago, los cuales tenían una buena relación con la Hechicera Austral, la cual los había asistido en reiteradas ocasiones.

A la mañana siguiente, después de un desayuno completo que incluía medialunas, frutas, tostadas, panqueques, mermeladas y tantas otras cosas más, Juli y Saraia partieron hacia el Lago Huechulafquen que se encontraba dentro del Parque Nacional Lanin. El lago se encontraba a varios kilómetros de la ciudad, a una hora y media aproximadamente, pasando Junín de los Andes. La mitad del trayecto estaba asfaltada, pero llegando al lago se hacía de ripio y tenían que ir a unos 40 o 60 kilómetros por hora.

El término “Huechulafquen” significa en lengua mapuche “lago grande”, huechu (lago) “lafquen” (grande). “Lanin” quiere decir “roca muerta” en la misma lengua le explicó Saraia a Juli. Algo de sentido tenían esos nombres excepto el del Lanin que se lo considera un volcán activo. Juli iba mirando el paisaje el cual era precioso: un cristal enorme rodeado de los colores del otoño y de gigantes rocosos, además de que se asomaba por tramos el Lanin con su pico nevado. Después de varias subidas y bajadas y de doblar en varias curvas, llegaron a una cabaña bastante grande que estaba asentada al lado de un pequeño muelle y que tenía una granja donde se encontraban caballos, gallinas, ovejas, gatos, perros, etc. Los recibieron un hombre y una mujer, ambos jóvenes, de la edad de Juli, ambos con los cabellos oscuros y largos. Juli se detuvo en las orejas puntiagudas de los elfos, lo cual él creía que era toda una imagen imaginada por los escritores. Los elfos llevaban puestos unos buzos, unos jeans y unas zapatillas de marca, lo cual significaba que no estaban desactualizados en cuanto a la moda.

- Yo soy Talia. Él es Nelak – se presentó con voz cantarina la elfa ante Juli. Saraia ya los conocía.

- Buenas, soy Julián – Juli les dio un beso en la mejilla a ambos.

- Pasen que el N’Duhen les está esperando – los elfos se hicieron a un costado y Talia abrió la puerta para que pasen. Un viejo estaba sentado, tomando una infusión y mirando las aguas transparentes del lago.

- Saraia, que gusto verte. ¿Qué es lo que te trae por aquí? – le preguntó el viejo que llevaba puesto una túnica color beige con unas sandalias del mismo color.

- Buenos días, N’Duhen. Trajimos esta caja porque necesitamos que la abra – Juli saludó al hechicero y le tendió la caja, la cual el viejo observó de arriba abajo, en cada costado, en cada punta. Luego, la dejó en el piso, cerró los ojos y colocó sus manos sobre ese objeto.

- Sith xob llahs reven eb denepo. Eht tcejbo edisni ti lliw gnirb niur dan soahc ot eht dlorw. Eht ohw snepo ti llahs yortsed eht noilladem ecno dan reverof - Después de pronunciar estas palabras, que eran indescifrables tanto para Juli como para los mismísimos elfos jóvenes, la caja se abrió y una luz intensa de color rojo salió de la caja, la cual cegó al Hechicero y a los que estaban allí presentes. Juli, tapándose el rostro, se acercó a averiguar lo que había dentro de la caja: un medallón circular que emitía una luz radiante escarlata y que tenía una estrella negra grabada en el medio. El viejo cerró la caja y se la devolvió a Saraia. Juli quedó impresionado tanto con el medallón como con la facilidad con la cual el elfo viejo había abierto la caja. Lo hizo parecer una estupidez.

- Esconde el medallón en el lugar más recóndito que encuentres – le sugirió el viejo a Saraia que volvió a agarrar la caja. Saraia asentó con la cabeza.

- ¡Ah! Los podemos invitar a almorzar. Si es que tienen tiempo – Juli todavía tenía que buscar un pasaje de vuelta, pero no había chances de que se pueda volver ese mismo día. Entre la vuelta y la ida al aeropuerto, iba a perder muchas horas y no le iba a dar el tiempo para adquirir un pasaje y hacer el check-in. Saraia lo miró al joven, esperando su decisión.

- Dale, no hay problema – afirmó Juli.



Mientras esperaba el almuerzo, Juli se tomó unos mates junto con los elfos y el viejo que le hicieron miles de preguntas. Les resultaba extraño el hecho de que un individuo no mágico tenga conocimiento del mundo escondido e interactúe con personas de ese mundo. Lejos de ponerse nervioso y de sentirse un “extraño”, Juli respondió tranquilo a cada una de las preguntas y nunca se sintió dejado de lado en las conversaciones de Saraia y los elfos. Después de todo, Javo siempre le había contado anécdotas relacionadas con el mundo escondido y también sobre los seres que pertenecían a ese mundo.

Después de poner la mesa, Juli fue a caminar por la orilla del lago, el cual estaba agitado al igual que las ramas y las hojas de los árboles ya que soplaba bastante viento. De a poco se acercaba el invierno y las temperaturas empezaban a disminuir.

Juli se quitó las zapatillas y metió los pies en las aguas del lago. En cuanto sintió el frío, volvió a la orilla y se sentó en un tronco caído. Las aguas estaban heladas, una característica que compartían los lagos y los ríos de la Patagonia Argentina. Le recordaba a aquellos momentos en los cuales Javo se tiraba de una piedra a un lago y el sentía el impulso arriesgado de hacer lo mismo. Y aun así se tiraba de cabeza al lago y al instante nadaba para volver a la orilla, todo temblando del frío.



- Es increíble todo lo que estás haciendo por tu amigo – Juli se dio vuelta y lo vio a Nelak parado. El elfo se sentó a su derecha sin mirarlo.

- El arriesgó su vida. Su sacrificio no puede ser en vano – afirmó Juli.

- Tienes un buen punto, pero no le debes nada. Encima estás arriesgando tu propia vida. No quiero que me malinterpretes y que te ofendas. Estás haciendo algo digno y admirable, pero hay personas que pueden llevar a cabo esta labor antes que vos. Ese medallón es muy peligroso y mucha gente con malas intenciones lo pretende – el elfo tenía razón y no había forma de no dársela, pero Juli chocaba siempre con el remordimiento y la culpa que le quedarían de no terminar con lo que arrancó su amigo que haría lo mismo si la situación se diera a la inversa. El cerebro le decía una cosa, la opción más razonable: dejar esto en manos de lo que saben. Sin embargo, el corazón le decía que tome el asunto en sus manos y que finalice lo que tanto buscó su amigo. Y como todo ser humano, caía en el impulso iluso de seguir a su corazón.

- Tienes razón en todo lo que decís, pero ya estoy metido en este asunto. No voy a abandonar a mitad de camino – le respondió Juli. Nelak suspiró hondo.

- Es tu decisión. No te voy a detener, pero sabes lo que conlleva. Y ese medallón… es muy peligroso. Ten cuidado – le advirtió Nelak.

- Lo voy a tener. Igual no pienso tocarlo – le prometió Julián.



Saraia y Juli volvieron por la noche. Antes, pasaron por una casa de té que tenía la mejor vista al Lago Lácar y donde el hora dorada se podía apreciar en su máxima expresión. La merienda fue tan abundante que tanto Juli como la Hechicera Austral desistieron de cenar y se conformaron con algo liviano.

Antes de ir a la cama, Juli colocó en la mesa la caja y se quedó mirando el medallón cuya luz roja intensa no dejaba de brillar. Al notar esto, Saraia agarró la caja, la cerró y la colocó en una caja fuerte que tenía en su habitación.



- De esta forma nadie va a tocar la caja hasta que sepamos qué hacer con ella – dijo Saraia.

- ¿Cuáles son los pasos a seguir? Tendríamos que deshacernos de ella – sugirió Juli. La Hechicera Austral miraba al piso pensativa. Algo se le tenía que ocurrir. Juli se imaginaba las formas más creativas para destruir el medallón. Su conocimiento del mundo escondido era nulo. Por ahí a Melody se le ocurría algo, pero si la Hechicera Austral no sabía cómo destruirlo, menos iba a saber Melody que se había iniciado en la magia hace un par de años.

- Vayámonos a dormir. Fue un largo día y estoy muy cansada. Ya estoy vieja y consumó mucha más energía que antes al realizar un hechizo – Juli asintió. Además, su vuelo salía antes del mediodía y tenía que levantarse temprano.



Saraia se durmió al instante, pero Juli estaba despabilado. Le era difícil conciliar el sueño cuando tenía varios asuntos pendientes dándole vueltas por la mente. ¿Cómo iban a destruir el medallón? ¿Otra vez iban a tener que arriesgar sus vidas para destruirlo? ¿Si Saraia no tenía ninguna solución, entonces, quién los podría ayudar? Estas y miles de preguntas sobrevolaban la mente de Juli que hacía lo imposible para dormirse y que ya había cambiado de posición por enésima vez. “Yo sé que extrañas a tu amigo y yo puedo ayudarte a recuperarlo” escuchó Julián que pensó que la cabeza le estaba jugando una mala pasada. “Libérame Julián”. Juli se levantó sin hacer el más mínimo ruido y en patas para hacer poco ruido. ¿Había perdido la cordura? La muerte de su amigo lo había afectado, pero no pensó que lo perturbaba demasiado. Lo extrañaba mucho y lamentablemente la última vez que lo vio con vida no esperaba que la muerte le estuviera respirando en el cuello a su amigo. Los pocos minutos que habló con el espíritu de Javo no le bastaron. Tendría que volver a ver a la nigromante. “Yo puedo hacer eso posible. Abre la caja fuerte y utiliza mi poder que con gusto te prestare” la voz del medallón lo seguía aquejando a Juli. Si no podía dormirse, ahora era una misión imposible. Sabía que Saraia, Nelak y el Chamán le habían advertido que no usará el medallón. No pensaba que un objeto mágico tenía una voz. Debía de ser un objeto mágico muy poderoso para tener su propia conciencia. “No te lastimaré. Al contrario, curaré la herida que tienes abierta”, la voz del medallón le zumbaba como un mosquito, aquellos mosquitos que molestan a uno toda la noche.

Juli se levantó y pispeó la habitación de Saraia: la Hechicera Austral estaba en el quinto sueño y la caja fuerte estaba detrás de un cuadro, lo cual era raro ya que estaba almacenando un objeto mágico muy poderoso. La caja fuerte contaba con un doble código: uno de 8 números y una frase secreta. La vieja se había encargado bien de ocultar ambas contraseñas a Julián para que no intente agarrar el medallón. Juli se dio medio vuelta para volver al cuarto cuando escuchó “2-0-2-3-2-8-0-1”. Juli hizo caso omiso y volvió a su cama como si no hubiera escuchado nada, pero no podía resistir la tentación de abrir la caja. “Por tu amigo Juli. Por Javo” la voz ya lo estaba volviendo loco y la paciencia se la estaba colmando. “Javo no querría que haga esto” pensó el joven, pero a la vez se quedaría con culpa. Juli se volvió a levantar de la cama y con el mayor sigilo posible introdujo el código que le había dado el objeto mágico. “In eternum. ¿Pensabas que no lo sabía?” Juli escribió la frase que claramente era una referencia a su amigo. ¿Cuánto le habría afectado la muerte de Javo a su maestra? ¿Cuánto lo extrañaba? Después de todo, habían forjado una relación parecida a la que una madre tiene con su hijo, incluso la Hechicera Austral había tenido actitudes típicas de una madre hacia Javier. En el instante en que se abrió la caja fuerte, Juli agarró rápidamente el medallón y se lo colocó en el bolsillo del pantalón para no levantar a Saraia. Acto seguido, se colocó la campera y corriendo apenas la puerta para no hacer mucho ruido, salió al jardín de la cabaña.

Una vez allí, Juli se colocó el medallón y sintió como una fuerza le recorrió todo el cuerpo. Era una fuerza indescriptible como si fuera la persona más poderosa en el universo en ese momento. Podía hacer lo que se le antoje con tan solo un medallón. “Así que puedes hacer que salve a mi amigo” le dijo Juli en un murmullo al medallón. “Si eso es lo que deseas. Puedo hacer lo que quieras”, afirmó el medallón y segundos después, se abrió un portal que mostraba a su amigo en su casa usando su celular. Juli se quedó en shock: los músculos no le respondían y miraba consternado a su amigo sin saber qué hacer. Tenía la oportunidad de salvar a su amigo en la palma de la mano, pero no paraba de preguntarse si era esto lo que hubiera querido su amigo, además de cuál sería la consecuencia de sus acciones. Era increíble todo lo que se podía realizar con solo un objeto mágico: y viajar en el tiempo era solo una de ellas.

“Te dije que te podía devolver a tu amigo. Ahora solo tienes que ingresar en el portal”, el medallón tenía un poder de convencimiento tan poderoso que por más que uno le imponga resistencia, a la larga termina cediendo. Los pies, que antes no le respondían, ahora se impulsaban lentamente hacia adelante. “Son solo unos pasos más. Y volverás a ver a tu amigo” cuando quedó delante del portal se detuvo en seco. “No puedo hacerlo. Me duele, pero no puedo hacerlo” pensó y empezó a retroceder con bastante dificultad, como si estuviera cargando con dos rocas. “No puedes abandonar ahora. Estas a solo unos pasos. Estás traicionando a tu amigo” Juli ya no soportaba esa voz. Quería dejar de escucharla. “Si tan solo hubiera un botón de POWER para que dejes de hablarme” farfulló Juli que se llevó la mano al medallón para sacárselo. La mano también se le resistía: era como si alguien más lo estuviera controlando, como si fuera un títere. “Sos muy débil. No tienes las agallas necesarias para hacerlo” el joven se estaba arrepintiendo de haberle hecho caso a ese medallón creído y agrandado. Lo miró a su amigo fijo por unos segundos. Segundos que parecieron horas. La mejor forma de despedirse era cumpliendo con su promesa. No podía rendirse ahora. Con toda su fuerza y voluntad, Juli comenzó a retroceder lentamente. “No. ¿Qué haces? Sos una mierda de persona. ¿Cómo vas a dejar que tu amigo muera?” La mano derecha luchaba contra una fuerza invisible que no le permitía llegar al medallón, pero tenía que hacerlo. Volvió a observar a su amigo que estaba sonriendo en ese momento, como en todas las fotos que se habían sacado juntos. Una imagen con la que recordará por siempre a Javo, con esa sonrisa. Y sacando fuerzas, uno vaya a saber dónde, pudo romper la barrera invisible que cubría al objeto mágico. Lo agarró y lo arrojó en el pasto antes de que se le nublara la vista y se le oscureciera por completo.


© Jero Gandini

Related Stories