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El Viaje
EL VIAJE

Allá en la cima, muy cerca de los cielos, coronando la selva de cemento que se sedimentaba en agonía desde lo alto, se divisaba un montículo escarpado, de faldacubierta por los árboles nudosos de la selva primordial, Amalia Rosa andaba fisgoneando de entre densas nubes la entrada a esa viejamansión de todos los antepasados. Para Amalia Rosa no todas las verdades eran para todos los oídos, pero la fe ciega era ese fuego que le calentaba la mente sin purificar. Estimulando y fermentando todas las pasiones, aunque no rectificaba ninguna de ellas. Porque la fe para ella era de oro, el entusiasmo de plata, el fervor era la superstición del delirio desde la fiebre a la furia y la ira. En sí, Amalia Rosa no era religiosa, pero si muy devota. Y todo lo alto que podía subir, sentada al fondo del avión, la hacía pensar en lo privilegiada que era de estar muy próxima a Dios, por otra parte iba ansiosa por todos esos selfis que próximamente podría hacerse en Tierras Santas.

Todos los hombres que había conocido y dado placer se le habían desbordado dejándole secuelas. Haciendo que todo el presente pasado y futuro se le impregnen. Le era difícil expresar la pena que experimentaba, por eso decidió abandonar su costumbre de ir a misa y prefirió construir su propia catedral en ella. Empezaba a disfrutar de sus paseos por parques y jardines. Se sentía protegida y cuidada entre casuales sermones callejeros porque allí no podían llegar a ella esos demonios que la seguían. Allí, compartir de cerca una alegre tarde con la virgen comiendo hamburguesa entre calada y calada, mientras ambas empinaban una cerveza helada junto a un séquito de ángeles y querubines era todo un privilegio que no cualquiera tenía.

Las nubes eran como copos de algodón, comparables a las ramas del viejo árbol del parque que frecuentaba elevándose al cielo, aunque era consciente que por debajo las raíces podrían acercarla al mismísimo infierno. El tiempo y la falta de recordatorios aminoraron la idea de ser temerosa de Dios rondándole la cabeza, causanteinocente de toda las tragedias humanas. Por ello se mantenía alejada de la risa, crónica ominosa, por ser una debilidad que se aliaba a la corrupción e insipidez de la carne, trastocando muchos aspectos que van progresivamente sumergiéndonos en los misterios del mundo oculto, y hasta del más santo.

Al lado de su asiento un hombre con su brazo apoyando su cabeza en estado contemplativo, Solitario consigo...