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Libertad.
A pesar de que iba con los ojos cubiertos, su nariz sintió el aroma a pasto, sus oídos sentían el aroma del mar, lejos de la prisión debían estar. Lo último que supo antes de subirse a la carreta era que los guardias lo habían llamado para decirle que a partir de ese día sería un hombre libre, que tendría una segunda oportunidad como todos aquellos que habían intentado pagar su crimen con aislamiento involuntario de la sociedad.

Diez años por un accidente, una década de la vida a Jean le habían quitado, la misma cantidad de tiempo que la pequeña Rosa pasó en este mundo, su imagen lo atormentaba desde aquel día.

Siempre pensó que al quedar en libertad, su alma descansaría del acoso incesante de la imagen de Rosa, sin embargo en todo momento que tuvo la vista cubierta, no dejaba de verla ahí.

La carreta se detuvo, este había sido su primer crimen, y dentro de los muros de la prisión donde lo tuvieron todo el tiempo se decía que no existía la libertad, que una vez que alguien salía, lo mataban y tiraban sus restos a los perros. Eso explicaba la inexistente tasa de reincidencia de antiguos reclusos. Esto era cierto, en toda su estancia en aquel penal no había visto a ninguno de sus conocidos volver a recaer.

Recordar esto en el momento de la detención de la carreta, no ayudo a que estuviese tranquilo. Tampoco los guardias cooperaron mucho con su intranquilidad al empujarlo y botarlo de la carreta “no te saques la venda, espera al sonido del disparo y luego vive.”

No podía sacarse la venda ya que tenía las manos atadas, pidió que se las soltaran, en respuesta a ello le dijeron que habían dejado un cuchillo cerca de él, que tendría que cortarlo y liberarse. Que la vida fuera del complejo era igual o incluso mejor a la del mundo exterior. Allá tenía compañeros, mientras que afuera no tenía a nadie, adentro tenía historia, era conocidos por algunos, pero fuera era un desconocido, sin documentos, sin dinero, era nadie y no tenía nada.

La carreta comenzó a alejarse, Jean temió no poder oir el disparo. Grande fue su sorpresa al escuchar el sonido aquel. Con sus ojos vendados, sus manos atadas, y sus pies descalzos, comenzó a buscar con ellos el cuchillo, confiando en que los dioses lo cuidarán de no cortarse. Con el pie izquierdo lo encontró, se sentó, y con sus manos atadas, intentó cortar las cuerdas.

Horas tuvieron que pasar antes de que su mano derecha lograra ser liberada, con ella logró sacarse la venda y notar que ya iba a anochecer, liberó su mano izquierda y comenzó a buscar un refugio.
© Jota-i