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La Inflamada Infamia
*LA INFLAMADA INFAMIA*
*Escrito por Esperanza Renjifo*




Ing. Alejandro L Renjifo Gómez

Dra. Alicia Silva Arias

Ayacucho, 26 de Octubre de 1989

Cementerio General de Ayacucho.

En las sombras están las mejores luces, sólo que aún duermen.



Muchos podrían preguntarse ¿Quiénes son nuestros padres, ahora que ya están muertos?

Gran pregunta que nos retrata un determinismo que justifica que todo ocurre por algo, y ésa es una causa desconocida para mí. ¿Qué trajo su presencia a dejar su rastro en el Perú en los años setenta pudiendo trabajar como ingeniero en su mismo país? Quien sabe qué fue lo que trajo sus pasos a mi Perú. Pues de no haber ocurrido, yo sería probablemente colombiana. Lo cual me lleva a pensar que a lo mejor no estaría sentada en este mismo instante frente a este ordenador escribiendo y escarbando sobre mis orígenes y remontándome a estos datos. Tal vez vale la pena preguntarse ¿Quién era mi padre antes que llegara yo al mundo? Un hombre emotivo, un tipo seguro y aventurero, alguien que solía tener a mano un buen verso o una linda copla con la que solía enamorar a cuanta chica le interesaba. O tal vez un buen salsero, como aún lo recuerdo en mis memorias indelebles de antaño.

Desconozco cuáles son los expedientes sentimentales anteriores al momento en el que mis padres se juntaron. Lo único cierto es que él era ingeniero civil de profesión, pero ignoro cuales fueron sus apegos, ni conozco cuáles son o fueron las personas que se dibujaron como fundamentales en su vida.

Corrían los primeros días de los años setentas...

La vida y nuestras raíces son un lujo, pero es también un peligroso y movedizo terreno que define y retrata una historia: Alex, como le decían a mi padre, nació el 2 de Junio de 1945. De sus orígenes sé muy poco, lo cierto es que era de nacionalidad Colombiana. Aunque el destino lo trajo a trabajar a Perú junto a mi abuelo. Mi padre hubiera sido un gran testigo y fiel documentalista en medio de sus muchas conversaciones de auto ficción paródica o dramática que se conecta con su tiempo.

Mi madre era una joven izquierdista un tanto arrebatada, de la ocurrencia coyuntural de la época, hostigada por la crispación política de su momento. Sé que además de ser médico y que solía reunirse en el viejo patio de letras de la Universidad San Marcos con un semillero de simpatizantes izquierdistas y un tanto idealistas. En el fondo guardaba un alto sentido de servicio social, que en esos momento la definía. Pues ese halo idealista y vertical que tienen los simpatizantes de la época, la adentraba a valores un tanto altruistas. Alicia era hija de padres arequipeños, pero vivió siempre en la urbe limeña según cuentan los viejos conocidos...

Hablo de la época en la que el hombre va a la luna por primera vez. Y hasta de la época del 31 de Mayo de 1970, cuando un terrible terremoto de casi 8 grados enlutó a miles de peruanos. Este era un suceso que parece haber causado un recuerdo bastante grande en mi padre, pues recuerdo vagamente que él solía contar acerca de esta tragedia nacional. Y eso que le faltaba por contar lo de LANSA de mil novecientos setenta y dos. Lo de octubre de mil novecientos setenta y cuatro y febrero de mil novecientos setenta y cinco, Lo de "Sendero Luminoso", el Fokker de Alianza Lima y tantos otros sucesos que vivió mi padre. Incluso debo destacar que lo hincha al futbol, creo que me viene de vía paterna, pues cuando vivía en Ayacucho tuve muchos instantes de pasión por la pelota. Por ello recuerdo que él contaba de cuando en cuando la magia del Perú cuando iba al mundial México 1970, volteándole el partido a los búlgaros con un victorioso 3 - 2, logrando que los alemanes nos tuvieran miedo como fuertes adversarios.

Hoy es una noche inmensa y mas inmensos me resultan los datos que encuentro en esta búsqueda infructuosa y necesaria, producto de un mundial, y no precisamente de uno deportivo, sino más bien de uno de escritura, ¿Qué loco, no?

Era un domingo, soleado en Cali, como la mayoría de los días. Alex, mi padre visitaba la casa de mi abuelo en esa entrañable localidad, al este de la ciudad. El enorme patio de la casa, los niños que jugábamos, y que almorzábamos después, antes de las doce y media, antes que los adultos: un sancocho de gallina y un contundente arroz atollado, acompañado de empanadas vallunas que tanto me cuidaban de no probar para evitar cualquier tipo de fatalidad debido a mi condición de celiaquez. Refrescaba la comida con la sabrosa aguapanela o el tan delicioso jugo de caña de azúcar que tanto recuerdo. Tras el almuerzo era "mataperrear" en el enorme patio, mientras los mayores pasaban al comedor principal a conversar.

Recuerdo una de esas pocas tardes que pude compartir con él como si fuera ayer mismo, pues, aunque escasamente yo estaba por cumplir los casi siete años. Esa tarde, tras el almuerzo, sucedieron dos cosas: de casualidad apresé los dedos de mi primito Mañuco -mayor que yo- contra una puerta, y mientras su papá consolaba al niño por el fortuito suceso, un pequeño temblor le recordó a mi padre el terremoto de 1970. Decía que empezó, de repente y con fuerza inusitada. Para mí era una situación excepcional, ver tanto adulto sorprendido ante un suceso telúrico, que no revestía de tanto, pues más allá de una pequeña sacudida no pasó nada más. Aunque ese día entendí por qué mi padre solía ser un tanto nervioso ante la idea de temblores y terremotos, pues recién, después de esa charla que él tuvo con mis tíos me ayudó a comprender su verdadera magnitud.

Y aunque ese temblorcillo no fue la gran cosa todos salimos de la casa hacia el enorme patio. Las paredes, que separaban una propiedad de la otra, que eran de adobe, se movían un poco ¡Sí! Claro, que no fue la gran cosa, pero recuerdo que para mi padre ese sólo movimiento era importante. Mi abuelo entonces sugirió que nos moviéramos más hacia el centro y más lejos de los muros que parecían estar a punto de colapsar. Al menos por precaución.

El perro de la casa, un enorme "collie"...