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Tríada: Capítulo 02 - Las siluetas
Una de aquellas siluetas, que por sus facciones decaecidas, apuntaba ser las más obstinada y blasfema de la tríada. En su mano izquierda, o más acertado decir, en esos presumibles dedos —que aún crispados, denotaban zafiedad y aprecio a los hábitos severos—, llevaba una soga que partía desde el inicio del brazo, ciñendo la muñeca en tres giros y rematando en nudo corredizo que balanceaba hasta acercarlo a mis sienes. Fue ahí que, abriéndose paso, una serie de sinrazones escalaron en mi mente, como el anudamiento del juicio que conectaba lo coherente y lo irreal en una misma óptica. La liberación desconsiderada de pensamientos acordes a individuos limitados de sus cabales. Dentro de mi psiquis se hubo internado cierto toque, que manipuló los hilos deliberadamente para desequilibrar el sentido común a la locura.
A pesar de estar envuelto por los efectos de alucinaciones y delirios, no dudé en reponerme y revertir el asalto mental —con la escasa temple que podía manejar—, pero mis pies y mis manos no respondieron a la ansiedad de fuga, ni al reflejo de lucha siquiera. ¿Quién o qué logró el sopor con celeridad? Y es que un aletargamiento intentó suspenderme bajo acto de sujeción. La vitalidad habría dejado de propagarse, como si hubieran cercenado las extremidades de un cadáver. El temor sería un intruso difícil de contener. Supe que un segundo influjo me había embestido; una segunda silueta, que empleando el truco y la inadvertencia, dispuso ágilmente, de lo que pude entrever, como una diminuta espina, extrañamente inocua, pero que garantizaba punzadas penetrantes y severas. Tal adminículo me fue administrado en puntos precisos de mis extremidades. Al momento no experimenté molestia o indisposición, aunque luego, sí una sensación expandiéndose en bucles a modo de comezón, pero que llevaría la sospecha de una dolencia espiritual.
Y entonces, una densa bruma emanada de la espesura del bosque —como si el bosque despidiera elementos viciosos de sí mismo—, desplegó su velo, no solo para arrebujar mi entidad suspendida, sino también para impedir que el instinto de mis ojos reaccionaran a tiempo frente al adelanto del amedrentamiento. Pese a mi aliento menguado, pude percibir el decaimiento del entorno causado por el mecanismo que disponía la tercera silueta. Enigmático instrumento, que siendo tañido, emitía una melodía cavernosa, degradante, que influía sobre la penumbra ordenándole el compás de transigir la calamidad. Con cada pulsación, el verdadero propósito atrincheraba la visibilidad hacia la despreocupación. Una tormenta de angustia se había violentado y, para entonces, todo el impacto sería absorbido por mi, bajo ese estado de control.

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