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OBCECACIÓN de la CORDURA
OBCECACIÓN de la CORDURA



Escrito por Esperanza Renjifo

Hace mucho tiempo, cuando el mundo todavía estaba formándose y desde que los hombres aún no hablaban, los susurros y las guerras estaban a la orden del día y con ellos los primeros sentimientos de furia infernal en su estado más sereno, ahogándose en una sed sin forma de sed, ya que el significado de posesión y pérdida iban naciendo, repitiéndose a medida que se multiplicaban las especies; compitiendo por espacio, comida y hasta por pareja. Y con ellos innumerable combinación de recelos, caprichos y obsesiones codiciando lo ajeno.

Nuestra historia surge cuando Débora recibe por la visita de su amante diez minutos antes de lo acordado. Apenas iniciaba a lavar la vajilla de la cena. Alex, su marido se acababa de marchar a trabajar como cada día... Y tras varios minutos de caminata hacia el paradero, metió las manos a sus bolsillos, dándose cuenta que había olvidado su billetera en la mesa de la cocina. Con desánimo y un pálpito extraño en el pecho, regresa sobre sus pasos, con rumbo a su casa.

Desde su distancia percibe la cortina de la cocina inusualmente cerrada, viendo el rostro de su mujer con las pequeñas ráfagas de viento que ingresan por la ventana. Observa a su mujer con la cabeza gacha frente al lavadero y los cabellos desordenados. De pronto parece haber visto una sombra detrás de su mujer, que al siguiente parpadeo se desvanece, sin tomarlo en cuenta y prosigue sus pasos.

A escasos metros de su casa, pensando que la luz, las sombras de la noche y la cortina le jugaron una mala pasada, con aplomo de enamorado no le importó que faltarán dos cuadras o diez millas para regresar a darle otro beso a su mujer antes de recibir su amonestación por llegar tarde. Todo contratiempo bien valía la pena por un beso de aquellos —pensó— y continuó acercándose a paso lento, después de todo, igual ya iba a llegar tarde a su turno de trabajo. Y pensando que el amor es pescado y papas fritas en las noches de invierno sobre su mesa, iba recordando cómo había conocido a su mujer; en lo hermosa que se veía con su blusón rosa saliendo de una tienda de mascotas con su mejor amiga... después de todo, estar con ella era como vivir una montaña rusa de emociones, en la que se divertía tanto y era tan feliz que estaba dispuesto a trabajar todos los días para demostrarle lo que sentía por ella.

A punto de cruzar la avenida otra dulce ráfaga de aire ingresó otra vez reabriéndole la cortina, testimoniándole lo afortunado que era de poseerla. Ella seguía ante sus ojos, con la cabeza baja realizando sus labores frente al fregadero. Y la imaginó con ese camisón rosa aún tibio cuando él llegaba a amarla al amanecer. Alex, derramaba amor a su encuentro. Al cruzar inició un silbido característico en señal que iba llegando y ella elevó su sonrojado rostro en señal de turbación al verlo colocar su mano a la altura de su rostro sobre el vidrio de la ventana, ella en acto reflejo solo atinó a elevar su mano para unirla a la de él a través del vidrio, con marcada tensión y turbación en su mirada, pues en ese preciso momento, Max, desde el oscuro abismo del engaño golpeaba su pelvis contra el fregadero.
Alex, desde afuera sólo atinó a decir: —Amor, me olvidé la billetera en la mesa—, e inmediatamente desde la derecha, una solícita mano deslizándose como serpiente venenosa, tejiendo sus redes de dolor y desdicha dolorosa, sin salir de ella, le alcanzó la billetera de su marido. Y a su vez ella en actitud refleja entreabrió la ventana, conteniendo un jadeo desde el jardín de las promesas incumplidas, y se la entregó a su marido.

—Gracias mi vida, me quisiera quedar, pero ya debo de volver. —Comenta Alex, con una sonrisa genuinamente inocente.

—Mañana ya es tu día libre. Mañana será en pocas horas. —Dice risueña.

—Tienes razón, Débora, en breve es mañana. —Resopla con resignación, tras el vidrio Alex, resignado a regresar al trabajo.

—Cuídate cariño. Te espero como siempre al rayar el alba. —Dice Débora casi sin poder contener por más tiempo sus jadeos. En tanto, las sonrisas falsas brillan en la oscuridad, escondiendo la verdad detrás de una máscara de amabilidad tras las cortinas.

El pálpito se hacía tan increíblemente incómodo que a Alex le dieron ganas de miccionar y estando a dos pasos de la puerta principal no lo pensó y sacó las llaves de su bolsillo izquierdo. Giró las llaves e ingresó apresurado a su baño. Al salir de él no se aguantó las ganas de robarle un beso a su mujer y se aproximó a la cocina. A un paso de ella sin dar crédito a los inefables jadeos que sus oídos escuchaban. Con cautela y mirada traviesa se aferra a su oído suponiendo a su mujer viendo videos porno, rindiéndose a esa sonrisa que propiciaron las promesas que han sido enterradas en el pasado, empujó la puerta de la cocina y...

—Mi vidaaa... —Es lo único que alcanza a decir Alex al enfrentarse a tamaña escena traicionera, su mujer y su mejor amigo copulando frente a la ventana de su cocina.

Entonces el engaño en un segundo fue destruyendo la claridad y todo a su paso, esfumando la esperanza por ese túnel oscuro, para ir entrelazando la traición y el engaño con gran macizaje y dar paso a una ira en aumento. Maldiciendo a los traidores... Desde lo profundo de su ser, Alex va sintiendo que un fuego arde con rabia desbordada, y un solitario torrente incendiario halla asidero en un taco de cuchillos que arrasa su cordura, matando la calma y envenenando su corazón.

La paz se desintegra. Las palabras se vuelven dagas, cortando sin piedad aquí y allá. Los amantes se defienden y los cuchillos salen a batirse en escena. El odio se apodera de Alex y Max, en una chispa que enciende la llama del reclamo, enfocado en la supuesta lucha por la justicia y el bien.

Gritos, lágrimas, vituperios y maldiciones se abisman al afilado vendaval inclemente. Solo se distingue una ardiente danza, que los consume en su incesante vorágine de violencia. Y a los pocos minutos la rabia poderosa, que todo lo consume, florece en un cuerpo inerte lleno de sangre y heridas abiertas. Los vecinos desde afuera aglomerados en desespero han dado aviso a la policía y los bomberos.

—¡Que habrá sucedido! —Dice uno

—A lo mejor don Alex otra vez anda sacando los pies del plato y su mujer lo ha descubierto, —Cuchichea otro.

—¡Que dices, insensato, no ves que doña Débora no puede con sus celos enfermizos! —Comenta un vecino en réplica.

—No digan esas cosas vecinos, aún no sabemos que ha ocurrido. —Argumenta un vecino acercándose a la puerta de ingreso.

—No digan más, ya ingresó la policía, en breve sabremos qué fue lo que provocó tanto alboroto. Pero para mí, otra vez doña Débora anda levantándole falsos a su pobre marido. Y es que don Alex es tan coqueto. —Dice la más anciana de las vecinas.

—Déjennos pasar, a un lado, por favor, ¡estamos trabajando! —Comenta un oficial con seriedad, sacando una camilla con el cuerpo de Alex cubierto por una manta blanca que empieza a teñirse de sangre.

—¡Por los clavos de Cristo!, ¿Qué ha sucedido? —Grita otro vecino llegando a la casa, con la casaca de Alex en mano, cansado de esperarlo en el paradero, viendo salir a la mejor amiga de Alex de su casa manchada de sangre.

—¿Y qué hacías Clarita en la casa de Alex? ¿Cuéntanos lo que sucedió, mujer? —Señalaron algunos vecinos a coro al ver salir de casa de Alex a Clarita con sangre en las manos.

—¡Por Dios, Max, tú también estás lleno de sangre! —Exclaman a coro un grupo de vecinos a desde la entrada, viendo salir a Max y Clarita esposados, seguidos de Débora bañada en lágrimas.

—Por favor señores, déjennos hacer nuestro trabajo. —Vociferan un par de policías saliendo de la casa.

—Es que acaso ese par mató a nuestro buen amigo. —Exclaman dos vecinos con la mano cubriéndose el rostro con asombro mirando a Max y a Clarita.

—¡Que alguien me explique, por favor, no estoy entendiendo nada! ¿Qué mierdas hacía en mi casa Clarita? —Dice Bárbara escandalizada.

Escrito por Esperanza Renjifo
Lima - Perú
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