Paradoxa
La hoguera ardía y el olor a carne quemada se extendía por los callejones del pueblo. La multitud advenediza se tapaba la nariz con la mano intentando inútilmente espantar el aroma pútrido que desprendía el cadáver calcinado de la mujer, algunos sorprendidos y otros asqueados por la dantesca escena. El llanto desgarrador de la asistente perforaba los oídos de la asombrada concurrencia.
–¡Perra de Satanás! –se escuchó entre la multitud, a la vez que una piedra se...
–¡Perra de Satanás! –se escuchó entre la multitud, a la vez que una piedra se...