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Shax
No sé cuándo comenzó. Quizá fue ese día de mezcal y locura, o quizá siempre estuvo ahí, esperando, acechando, hasta que yo estuviera lo suficientemente roto para notarlo. El ojo. No es un ojo común. Es rojo. Pero no un rojo normal. No es sangre ni fuego. Es… vacío. O al menos eso creo. Es un color que no sé si realmente existe. O tal vez sí, y solo lo entienden quienes han visto la oscuridad. Los demás lo negarían. Me dirían que estoy loco. Puede que lo esté. Pero la locura no es algo que sientas de golpe, ¿sabes? Es como la oscuridad; te das cuenta de que está ahí solo cuando ya te ha devorado.

Al principio pensé que era un reflejo, algo que mi cabeza cansada inventó. Quizá fue por lo que consumí ese día. Tal vez mi cerebro estaba jugando conmigo. Pero no, no era solo eso. Me equivoqué. Ese ojo… no me mira. No me observa. Me vigila. Está ahí, detrás de mí cuando intento dormir, frente a mí cuando paso por un espejo, dentro de mí como un peso que no puedo sacudir. Pero lo peor no es el ojo. Lo peor es lo que parece...