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LA FIESTA
*LA FIESTA*

*Escrito por: Esperanza Renjifo*

Acabo de despertar aterrorizado, en medio de una resaca, por un susurro demoníaco entre sombríos graznidos que, penetran la intimidad silenciosa de mis pensamientos. Mis entrañas tienen su propia dramaturgia. No tengo la menor idea de quién soy, ni cómo llegué a este inmundo baño. Observo todo e instantáneamente un fétido olor a podredumbre me envuelve. Me incorporo con esfuerzo, apoyándome del lavamanos y me observo en el espejo.

Al verme frente al espejo puedo notar manchas de sangre en mi camisa. —En nombre de todos los diablos roedores de alambre. vociferé abriendo los ojos, con el corazón palpitante—. Más, luego comprendí que la sangre no era mía.

Repentinamente la puerta del baño fue azotada por unos hombres grandes, vigorosos, de esos que no tienen capacidad para meditar las consecuencias, con una piel lustrosa, tal vez con músculos duros. Comprendí que eran cohibentes, eran como de ésos humanos que echan por tierra todo tipo de probabilidad, y yo allí, frente a ellos. Los miré con un repentino aumento de interés, sintiéndome en desventaja entre ellos. Terminé de incorporarme y del modo más digno caminé hacia la puerta. El picaporte yacía como quería yacer; comido por la herrumbre, el polvo, la suciedad... Y encubierto por la humedad del tiempo, impregnándolo todo. Al abrir la puerta; paredes finamente decoradas con espejos en columnas y arañas colgantes con serpientes fétidas retorciéndose en cascadas sobre sus finos acabados, me daban la bienvenida a la opulencia copiosa y abundante, totalmente opuesta al espacio de donde salía. Y a pesar de lo macabro que se respiraba todo, me atrajo un magnetismo tan poderoso, que me resultó imposible resistirme a visiones desvanecidas de pieles laceradas por el oprobio.

A medida que iba cruzando la puerta me esclavizaba la incertidumbre que he de cargar hasta la muerte en ingentes torbellinos que cegaban mis instintos, mientras la música impregnaba el aire de algo desconocido que me hacia vibrar con un escalofrío frenético, haciéndose corpórea dentro de mis venas y arterias. Impregnando el aire enrarecido que vaciaba mi cordura.

Apenas hube puesto un pie del otro lado de la puerta, el ayer era ya un refugio ante un presente intolerable. Y aunque tal vez nadie lo creería, quedé suspendido en el más pletórico e insuperable umbral del miedo, envuelto en melodías que exudan un hedor ondulante propagándose inexplicablemente y ovillando todo a su paso, entre cristales sucios, velados por el humo y la escarcha. Al fondo del recinto un telón se abría dando paso a dos anfitriones corpulentos que transitaban sobre una alfombra roja. Con ellos iban dos mujeres exquisitamente ataviadas, que salvo sus antifaces mostraban al descubierto los dones que la naturaleza les otorgó al paladar y vista de los asistentes.

Estábamos obligados a seguir el ritmo musical a fin de no desmoronarnos producto de la corrosión de nuestras carnes, pues a quien detenía el ritmo de sus pasos, las extremidades se le iban gangrenando, dando lugar a la descomposición inmediata y progresiva. En tanto, se oía el eco de una risa demoníaca, que hacía que el miedo vierta sus influjos en turbulentos quejidos, pudriéndolo todo desde el suelo al techo.

Transcurrían las horas y yo bailaba y bailaba en medio de una vanidad fantástica aplastante, acorde con la sensación de preservar mi vida, como sueño que llenaba todas mis expectativas de ese instante. Y en medio de un estado de desaforado horror profundo que me calaba el alma, sentí un dolor agudo que me llevó a agachar la mirada. Con pavor pude sentir que un frío trepaba por los dedos de mis pies, recorriéndome por entero, hasta que sentí el influjo de la muerte. Entonces comprendí: "estaba poniéndome lento". De pronto el anfitrión, en la infalibilidad de su observación hizo un alto a la música; mi pareja de baile y yo nos miramos con horror, solté su talle sin decir palabra y volteé a observar al ser que descendía hacia donde yo estaba.

No pude reprimir un grito de horror al verlo: Era lúgubre, siniestro. Grandes ojos amarillentos redondos y sin parpadeo, que parecían estar penetrándolo todo. Su sola presencia me producía una molestia auto condenatoria, por el cansancio, agotamiento y desfallecimiento de mis piernas. Y a vuelo de pájaro, en un par de segundos perdí la tranquilidad y la paz. Mi pecho comenzó a doler, mi corazón latió desbocadamente como nunca antes lo había hecho. El sudor recorría mi cuerpo. El terror me hacía apretar los dientes hasta el punto de dolerme el maxilar.

Cerré los ojos e inicié la más terrible sensación de estupefacción, quería poder decirle: " que no me mirara ni tocara, que no estoy aquí , que sus labios no pronuncien mi nombre y esa cosa lo sabía, pues posaba su mirada fija, siniestra y penetrante en mí. Hacía que sintiera una angustia asfixiante que me aprisionaba y engullía. Y pese a todo intenté sobreponerme al pavor, contra mí mismo. Comencé a mover mis piernas en desespero, pese a no haber música.

En medio de un dolor indescriptible tuve que arrancar una a una mis piernas del piso, y caí sobre lo que quedaban de ellas mientras en medio de un grito de dolor, mientras chorros de sangre se escurrían por el suelo haciendo riachuelos en torno mío. Mis pies yacían gangrenados y adheridos al suelo despidiendo un olor nauseabundo. Con las lágrimas rodándome sobre el rostro y el sudor salado lastimándome los ojos, me resistía a dejarme morir.

—No... ¡por favor! ...Noo. ¡No!...

Pese a mis inútiles súplicas, esa cosa empezó a clavarme unas agujas en los ojos y quebrando mi alma en un dolor profundo que hundía en tinieblas el arcoíris de mis sueños, me elevó hasta el umbral más alto del dolor, tan alto que dejé de sentir el dolor por encima del dolor. Mis súplicas se quebraron en una lágrima solitaria que brotó humectando mi mejilla con la irónica sal que hiere y en medio del dolor jadeaba con el corazón bombeando como un tambor que retumbaba. Pero prosiguió perforándome los brazos en medio de un dolor agónico que rasgaba mi alma. La penetración era profunda y dolorosa. Insoportable. Tanto dolor no impidió que me volviera marioneta de mi victimario y me sacrificara en honor a su asquerosa deidad haciendo que mi vida se fuera destilando gota a gota. Su risa siniestra se hacía oír hasta los confines del universo. Pero me quebraba el alma con su profunda indiferencia. Cada pinchazo era como mil soles quemando el planeta.

*Escrito por: Esperanza Renjifo*
*Lima - Perú*
*Todos los derechos reservados*