...

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Diario de Nadie
Se quedó largo rato observando la última frase, acariciándose la barbilla con su mano derecha mientras la otra hacía de atril, manteniendo el libro abierto con el pulgar. Con un dejo de tristeza, comprendió que contemplaba el final. Bajó los ojos hacia el escritorio con pesar, suspirando con resignación mientras se pellizcaba el puente de la nariz.

Su mano izquierda acompañó la tapa del cuaderno con gentileza, hasta cerrarlo tal y como lo había encontrado. No había ya nada que hacer. Contempló una vez más la encuadernación, tratando de procesar esa abrumadora sensación de vacío en el pecho. Tras sacudir la cabeza como quien se da cuenta de que ha estado perdiendo el tiempo, le echó un vistazo al reloj. Ya era tarde. Respiró profundo, frotando sus ojos cansados.

–Y bue.

Su mano aún estaba...