Sin prejuicios
Sólo soy un hombre que ha estado sin compañía por mucho tiempo.
La conocí en Tinder. Sus fotos no eran las más llamativas y se notaba que evitaba los filtros. De todas sus fotos me llamó la atención una selfie donde se podían ver sus rasgos finos, pero de ojos un tanto alienígenas, un poco más grandes de lo normal. Debo admitir que esa fue una de las cosas que hicieron que deslizara el dedo a la derecha (eso, su curvilínea figura y mi afición a los comics de ciencia ficción); En ese mismo instante me salió el aviso de que hicimos match. Sin perder un ápice de tiempo le escribí una frase ingeniosa que me había copiado de un foro de citas virtuales; Funcionó. Respondió a los pocos minutos y la conversación siguió fluyendo hasta que me animé a pedirle su número. Para hacer la historia corta chateamos por un par de semanas hasta que concretamos una cita. Yo estaba muy nervioso, debo admitirlo. No había salido con nadie hacía por lo menos cinco años desde mi última novia. En fin, que la cita estuvo mejor de lo que esperaba. En el par de semanas en que el que chateamos por Whatsapp incluso habíamos llegado a sextear un poco y sus fantasías eran casi tan perversas como las mías. Era la mujer perfecta.
Ese sábado que nos vimos por primera vez fue un instant crush. Mi corazón se me salía por la garganta y podía notar un poco de rubor en el rostro de ella cada que le sostenía la mirada. En persona era mucho más hermosa que en sus fotos. Según me dijo tenía 31 años como yo, pero aparentaba tener por lo menos tres o cuatro menos, el pelo lacio le caía hasta la cintura, una tez bronceada, uñas bien cuidadas, una blusa ajustada que le apretaba los pechos y le ceñía el abdomen plano que hacía un perfecto contraste con sus caderas y un trasero de lo más formidable. No pude evitar sentir el flujo sanguíneo en mi entrepierna durante el tiempo en que nos tomamos un café. Todo era risas e historias interesantes por parte de ambos. Sus ojos alienígenas orlados de unas pestañas que parecían de otro mundo brillaban con el más mínimo contacto de mi mano con la suya, hasta que, caminando por un parque al que fuimos luego del café me invitó a su departamento. No quedaba lejos y eso hizo que casi se me cayeran los pantalones en ese momento. Sin rechistar acepté la propuesta, hoy iba a ser la noche.
Una vez en su departamento ni bien entramos ella se sacó las sandalias que traía como si fuera una maga (no supe dónde fueron a parar, para mí fue como si hubieran desaparecido en el aire). Entonces se abalanzó sobre mí llenándome de besos, empezando por el cuello. Ya en la habitación se atrevió a meter la mano dentro de mis pantalones y cuando yo iba a hacer lo propio en los de ella me sujetó la mano de forma brusca.
–Espera –dijo mientras jadeaba por efecto del éxtasis–. Primero apaga la luz.
Yo no tenía ningún problema con hacer el amor a oscuras, pero nada me preparó para lo que vendría después.
Ella se quitó la blusa que me percaté era mitad faja ya que su aplanado abdomen se convirtió en un pequeño bultito, nada que no me bajara la excitación, seguía viéndose sexy. Pero luego se quitó las pestañas y los aretes, los puso en un velador al lado de la cama, dio un suspiro profundo y empezó a retirarse la piel de los brazos. A pesar de la oscuridad en la que nos encontrábamos y gracias a un fino haz de luz que se colaba por la ventana que daba hacia la calle pude notar un color grisáceo en su piel bajo la piel que se había quitado recientemente, era como si se estuviera sacando una funda que le cubría el cuerpo, algo así como un reptil que cambiaba de piel. El cuero (cobertura o disfraz) de los brazos fue a parar al lado de la cama y entonces se agarró el cuello y comenzó a despellejarse la cara, dejando ver en su verdadero rostro bajo la máscara una piel parecida a la de un delfín. Por el contraste de la poca luz que llegaba pude descifrar uno labios pequeños y unos ojos, completamente negros, aún más grandes de lo que se veía en las fotos de Tinder. Ella estaba montada encima de mi con la mitad superior de su cuerpo ahora toda descubierta dejando ver por completo su verdadera forma. Se encogió de hombros como avergonzada y dispuesta a parar el acto si es que así yo lo decidía.
En eso tomé su mano que en realidad tenía sólo 4 dedos y la puse sobre mi hombro. Sus oscuros y enormes ojos destellaron por un segundo con ese gesto.
Entonces acerqué mis labios a los suyos y sólo tengo que decirles que no me juzguen… Sólo soy un hombre que ha estado sin compañía por mucho tiempo.
© J.Lu Antelo
La conocí en Tinder. Sus fotos no eran las más llamativas y se notaba que evitaba los filtros. De todas sus fotos me llamó la atención una selfie donde se podían ver sus rasgos finos, pero de ojos un tanto alienígenas, un poco más grandes de lo normal. Debo admitir que esa fue una de las cosas que hicieron que deslizara el dedo a la derecha (eso, su curvilínea figura y mi afición a los comics de ciencia ficción); En ese mismo instante me salió el aviso de que hicimos match. Sin perder un ápice de tiempo le escribí una frase ingeniosa que me había copiado de un foro de citas virtuales; Funcionó. Respondió a los pocos minutos y la conversación siguió fluyendo hasta que me animé a pedirle su número. Para hacer la historia corta chateamos por un par de semanas hasta que concretamos una cita. Yo estaba muy nervioso, debo admitirlo. No había salido con nadie hacía por lo menos cinco años desde mi última novia. En fin, que la cita estuvo mejor de lo que esperaba. En el par de semanas en que el que chateamos por Whatsapp incluso habíamos llegado a sextear un poco y sus fantasías eran casi tan perversas como las mías. Era la mujer perfecta.
Ese sábado que nos vimos por primera vez fue un instant crush. Mi corazón se me salía por la garganta y podía notar un poco de rubor en el rostro de ella cada que le sostenía la mirada. En persona era mucho más hermosa que en sus fotos. Según me dijo tenía 31 años como yo, pero aparentaba tener por lo menos tres o cuatro menos, el pelo lacio le caía hasta la cintura, una tez bronceada, uñas bien cuidadas, una blusa ajustada que le apretaba los pechos y le ceñía el abdomen plano que hacía un perfecto contraste con sus caderas y un trasero de lo más formidable. No pude evitar sentir el flujo sanguíneo en mi entrepierna durante el tiempo en que nos tomamos un café. Todo era risas e historias interesantes por parte de ambos. Sus ojos alienígenas orlados de unas pestañas que parecían de otro mundo brillaban con el más mínimo contacto de mi mano con la suya, hasta que, caminando por un parque al que fuimos luego del café me invitó a su departamento. No quedaba lejos y eso hizo que casi se me cayeran los pantalones en ese momento. Sin rechistar acepté la propuesta, hoy iba a ser la noche.
Una vez en su departamento ni bien entramos ella se sacó las sandalias que traía como si fuera una maga (no supe dónde fueron a parar, para mí fue como si hubieran desaparecido en el aire). Entonces se abalanzó sobre mí llenándome de besos, empezando por el cuello. Ya en la habitación se atrevió a meter la mano dentro de mis pantalones y cuando yo iba a hacer lo propio en los de ella me sujetó la mano de forma brusca.
–Espera –dijo mientras jadeaba por efecto del éxtasis–. Primero apaga la luz.
Yo no tenía ningún problema con hacer el amor a oscuras, pero nada me preparó para lo que vendría después.
Ella se quitó la blusa que me percaté era mitad faja ya que su aplanado abdomen se convirtió en un pequeño bultito, nada que no me bajara la excitación, seguía viéndose sexy. Pero luego se quitó las pestañas y los aretes, los puso en un velador al lado de la cama, dio un suspiro profundo y empezó a retirarse la piel de los brazos. A pesar de la oscuridad en la que nos encontrábamos y gracias a un fino haz de luz que se colaba por la ventana que daba hacia la calle pude notar un color grisáceo en su piel bajo la piel que se había quitado recientemente, era como si se estuviera sacando una funda que le cubría el cuerpo, algo así como un reptil que cambiaba de piel. El cuero (cobertura o disfraz) de los brazos fue a parar al lado de la cama y entonces se agarró el cuello y comenzó a despellejarse la cara, dejando ver en su verdadero rostro bajo la máscara una piel parecida a la de un delfín. Por el contraste de la poca luz que llegaba pude descifrar uno labios pequeños y unos ojos, completamente negros, aún más grandes de lo que se veía en las fotos de Tinder. Ella estaba montada encima de mi con la mitad superior de su cuerpo ahora toda descubierta dejando ver por completo su verdadera forma. Se encogió de hombros como avergonzada y dispuesta a parar el acto si es que así yo lo decidía.
En eso tomé su mano que en realidad tenía sólo 4 dedos y la puse sobre mi hombro. Sus oscuros y enormes ojos destellaron por un segundo con ese gesto.
Entonces acerqué mis labios a los suyos y sólo tengo que decirles que no me juzguen… Sólo soy un hombre que ha estado sin compañía por mucho tiempo.
© J.Lu Antelo