Canturrean las hojas
de un campo rojo.
Toca la luna a su antojo
las cuerdas somníferas
que enredan las costillas,
lívida arpa en el esqueleto.
Los aullidos de perros
se enredan en el viento,
como cuerpos alzados en el cerro.

Aguarda en perfilado horizonte
una novia vibrante.
Sus manos entierran
el corazón de un cedro.
Late al son del prometido,
se oyen campanitas en el camino.
Se sienten sombras de caballos,
vuela la bulla en sus crines,
avivando sus tintes trágicos.

¿Quién llora
y no se deja ver?
Clama ella y el rubor
voraz engarza sus mejillas,
mientras el anillo arrulla leyendas.
Cuentan que escarpa sus pupilas,
que maternal, teje escarapelas,
que la encandilan los ojos
del destino emulando un santo.

Aludir a un mal presagio,
endulzar el miedo
con un mechón de su...