En un rincón del mundo, donde el sol apenas brilla,
habita una joven, con su vida en la orilla.
Cansada de luchas, de batallas perdidas,
sus días son sombras, sus noches vacías.

Con su pequeña a cuestas, un tesoro en su pecho,
cada risa es un eco, un refugio estrecho.
Pero el peso del mundo le aplasta el corazón,
y su madre distante le exige sin compasión.

“Oh tierra, trágame,” murmura en sus penas,
“que me hundo en este mar de cadenas.
Quisiera desaparecer en un sueño eterno,
donde el dolor no exista y el amor sea tierno.”

En la soledad de su mente agitada,
se siente como un barco en tormenta anclada.
El recuerdo de su abuelo resuena en la bruma,
un faro apagado que en su alma se asuma.

“¿Por qué gritar si nadie escucha?” se pregunta,
mientras sus lágrimas sobre su rostro se juntan.
La familia se rompió como cristal quebrado,
y su corazón late en un eco olvidado.

Mas al mirarse al espejo, ve una luz tenue y fría,
un reflejo que le habla con voz de agonía:
“Soy yo quien te escucha, quien siente tu pena,
no temas a la vida; abraza tu cadena.”

“Eres más...