Entre las sombras de la noche, donde el frío solo aviva el deseo,
tus caricias, esas que antes encendían mi piel,
se recrearon en mi mente, dibujando cada línea de tu cuerpo
con la precisión de quien te ha explorado una y otra vez,
hasta hacerte mía en cada rincón de esta cama vacía.

Tus besos, ardientes y hambrientos,
se recrearon en mi boca, invadiendo cada rincón,
como si tus labios buscaran poseerme de nuevo,
dejando tras de sí un rastro de lujuria que me quema,
una llama que ni la distancia puede extinguir.

Mis manos, ansiosas y temblorosas,
reviven el contorno de tu pierna, subiendo lentamente,
deslizando por la suavidad de tu piel,
como un viaje que me lleva de regreso a ti,
donde el deseo se convierte en un fuego incontrolable.
Mis ojos, hechizados por tu cuerpo,
vuelven a deleitarse con la visión de tu pecho desnudo,
un paisaje que me atormenta y me enciende,
una mezcla irresistible de placer y anhelo.

En este desvelo que me consume,
tu ausencia se convierte en una fantasía insaciable,
y aunque el tiempo intente separarnos,
tu recuerdo, como un susurro en la oscuridad,
sigue encadenado a mi cuerpo,
alimentando este deseo que nunca deja de arder,
una pasión que no se apaga,
ni siquiera en las profundidades de la noche.
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