...

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Amor de navajas
Ella no dudaría
el día en que mis ojos
se crucen con los suyos,
llenos de rencor.
No vacilaría.

Abraham sonreirá
en su tumba fría,
al verla alzar la navaja
como un cetro
imposible de quebrar.

No habrá Dios
que escuche mi súplica,
ni ángel que detenga
el placer de su venganza.

Sus dedos de marfil
bordearán el mango
como si cogiera
de nuevo mi mano.
El metal será su oración,
y mi carne su altar.

Yo compartiré su dicha
con ojos brillantes,
al borde de la locura,
incapaz de mentirle.
Ella lo sabrá,
como siempre lo supo.

Pasará su lengua
por el filo,
y en su saliva
encontraré el sabor
amargo del odio.

La esperaré, sí,
con ansias que arden,
mientras su mirada
me vuelve a enamorar.

Deslizará la navaja
por mi cuello,
donde antes sembró
con el roce de sus labios.

Las estrellas, aún titilantes,
le susurrarán secretos,
mientras el filo
me devuelve a su órbita.

Vacilará un segundo,
no por piedad,
sino para saborear
el placer e de ver
cómo mi piel
se abre ante ella.

Gozará al ver
cómo sonrío en silencio
y la tomo de la mano,
rogando que siga;
sabe que quiero
que sea ella
quien me arrebate la vida.

Dejará mi cadáver
tendido en la calle,
no cerrará mis ojos
ni se acordará del barquero.
Se irá sin despedida
y jamás se acordará de mí.

Sé que no dudaría,
y es lo que más me duele:
que lo sé
porque no lo hizo

© Jara