...

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Amor de navajas
Ella no dudaría
el día en que mis ojos
se crucen con los suyos,
llenos de rencor.
No vacilaría.

Abraham sonreirá
en su tumba fría,
al verla alzar la navaja
como un cetro
imposible de quebrar.

No habrá Dios
que escuche mi súplica,
ni ángel que detenga
el placer de su venganza.

Sus dedos de marfil
bordearán el mango
como si cogiera
de nuevo mi mano.
El metal será su oración,
y mi carne su altar.

Yo compartiré su dicha
con ojos brillantes,
al borde de la locura,
incapaz de mentirle.
Ella lo sabrá,
como siempre lo supo.

Pasará...