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Horas de felicidad
Son latidos, y no una simple brisa, aquella intensa fluidez de claridades prohibidas que transcurre en la mirada de aquellos dos amantes, en su mística epifanía de pupilas alucinadas tras sentir el sabor del amor. Son murmullos que se tiñen de embrujo y ternura y que desatan las amarras del tiempo bajo el dulce y tierno zureo de las aves en el tejado, mientras ambos hablan de cosas cotidianas, del día a día, de las cosas que saben cocinar o de los viajes que harán ambos en el futuro. Es una canción dedicada a las estrellas, la magia de los ojos verdes y ardientes de ella, un remolino de sentires nocturnos o la pasión que se conjura inextingible, cada que él piensa, porque le es imposible no hacerlo, que ella es linda. Ella es linda cuando le pide que la invite a pasear, cuando sonríe y ríe enamorada, cuando ancla su corazón fuera del tiempo, cuando la brisa oye sus promesas y recorre los bordes de su piel, cuando derrama sueños por los surcos de su alma. Son, en suma, las anatomías de un universo que se despierta con el leve roce de un instante. Y son, sencillamente, almas eternas y que saben descifrar la brisa en medio de las calles. Son horas de felicidad.
© Miguel Ángel Guerrero Ramos