En el fugaz parpadeo de la realidad,
nuestros ojos se encuentran y se entregan,
tarareando pecados que pliegan el alma.

Tiernos ojos que me cautivan, confiesen
¿qué esconden detrás de su transparente velo?

Porque increíble es como percibo el mundo,
mientras mi mirada yace muerta
en esos ojos tan llenos de vida.
Y me entero que en el silencio,
nuestras rimas bailan,
al compás de un amor sin palabras.

Amor mío, no contengas tu risa,
ni ocultes tu sonrisa tras los labios;
deja que tu risa brote,
como si se tratara de una travesura.


La culpable de que mis deselegantes latidos
bailen al compás de los tuyos,
en una danza torpe pero sincera.
Te pido que solo vivamos cantando,
al igual que los pájaros,
saturando el aire con nuestra melodía.

Observo como extingues tu luz,
o quizá tan solo desvías el fulgor
para que otro sea bañado en su resplandor.

Pero después de conocerse tan bien,
nuestros ojos se rehúsan a aceptar la simpleza de la amistad.


El amor se despidió en silencio,
abandonando la esperanza en el umbral del olvido.
¿Qué destino aguardará al eco de tu voz,
cuando el viento deje de susurrar su lamento?

Las penas arrepentidas, como pétalos marchitos,
caen al ser cortadas por el filo de una nota.

Sueños que anhelaba compartir contigo,
aún vibrando en mi iris,
Como un eco de un viejo grito enamorado,
que se niega a dejar el aliento.

Y ya nadie se atreve a vestir esta alma desnuda,
con una prenda de compasión.


© Matias Peiretti Di Buccio