En el parque, bajo la luna llena,
el tiempo se detiene en un suspiro.
La anciana, sentada en el banco de madera,
envuelta en su chal de lana y recuerdos,
mira al vacío con ojos de quietud.

El bosque oscuro susurra,
árboles torcidos como sombras del pasado,
y el suelo, alfombrado de pétalos rojos,
guarda secretos de amores marchitos.
Ella, serena, espera.

De pronto, entre la bruma,
surge una figura de rosas rojas,
un humanoide de pétalos y espinas,
gentil, delicado, como un sueño hecho flor.
Se inclina ante ella, con respeto infinito,
y en sus manos de rosa,
una sola flor roja brilla.

La anciana la...