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El verdadero beso eterno
El alba se deslizaba cálida, con sus mejillas encendidas y sus colores suaves. Susurraba la sensación de un primer viaje, y a mí, en específico, me instaba a no soltar la mano de aquella hermosa chica. Nos recordaba que cada amanecer sería para ambos un regalo de la vida, el furor incalculable de sentir un beso, un solo beso, inmenso, claro y undívago, en muchos besos de alto oleaje y que irremediablemente se adhirirán al alma en el transcurrir continuo de los días.