En las profundidades de la mente, la depresión se despliega como una noche interminable.
Es una sombra que se cierne sobre el alma, nublando la vista y el corazón.

Cada día se siente como una eternidad, donde la alegría se desvanece y el dolor se convierte en un acompañante constante.

El mundo exterior parece vibrar con vida, pero para quien sufre, todo se reduce a un murmullo distante y apagado.

El silencio es ensordecedor, un grito callado que nadie más escucha.

Las palabras se tornan difíciles de encontrar, y la energía se disipa en una lucha interna constante.

Los pensamientos se vuelven laberintos sin salida, donde la desesperación y el desánimo reinan.

La depresión es una batalla contra un enemigo invisible, que erosiona la esperanza y sumerge en una marea de tristeza incontrolable.

Sin embargo, en medio de la oscuridad, a veces aparece una chispa de luz.

Un rayo de esperanza que, aunque frágil, ofrece la promesa de un amanecer.

Es un recordatorio de que incluso en los momentos más oscuros, el sol eventualmente puede brillar de nuevo.

La depresión no define el destino; es una etapa, un capítulo difícil en la historia de la vida.

Con apoyo, amor y tiempo, es posible encontrar el camino hacia la luz, recordando que no hay noche tan larga que no permita el resurgir del día.

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