Y tal cual chillan los niños luego de admitir sus errores, también sé temer. Aunque la diferencia más grande (excluyendo la etaria) entre ellos y yo, es que no poseo el valor de encarar mis sentimientos en un mundo gigantesco como éste. Repleto de suplicios que dominan y absorben la mente humana, anhelando ser libres de expresarse y ser expuestos de aquello que nos ocasiona alegrías, tristezas, arrepentimiento y demás.

Porque la vida escribió un destino
en el cual quizá yo ya no pertenezca.
Aunque la ironía de la fantasía
me lo apetezca,
el vaso lleno de vino
no dura por siempre.
Ni en ningún cuento de hadas.

Porque la vida es quien dicta
la naturaleza del hombre, de la mente.
Y pues ni la felicidad ni la alegría
durará por siempre.
Aunque el dolor se demuestre inerte
y la avaricia nos separe.
Es puro amor y no hay quien lo compare.
Ni en ningún cuento de hadas.

Porque la vida nos otorga grandes cosas.
Desde las oportunidades
Hasta tu don en el dominio
de las notas musicales.
Y una extensa dimensión de sentimientos
e ilusiones de cada ser.
Y quizá no esté
en tu lejano futuro,
aunque parezca inoportuno
no se lo cambia.
Ni en ningún cuento de hadas.

Porque la vida nos dimensiona amores.
Que no se desvanece en el amanecer.
Ni en ningún cuento de hadas.