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Una rosa hecha mujer
Me miró tan genuinamente apasionada, que el incierto pudor que antes otorgaba, se convirtió en el más vivo deseo, sus labios se entreabrieron y de ellos escapó la criminal dolencia de quién sufre un amor a fuego ardiente, más ardiente que el fuego del infierno.

Contra la pared me acorraló, las lágrimas empezaban a fluir de sus ojos mientras repetía una y otra vez cuánto me amaba, me besó y una veta de raciocinio llegó a mí, entendí lo que estaba a punto de pasar, y comprendí que ella; quería dar rienda suelta, y enseñarme el verdadero significado de su nombre... Rosa.

Me tomó del cuello, me mordió los labios, sentí temblar sus manos en mi desnuda piel, era la primera vez que me tomaba, después de yo haberla hecho mía reiteradas veces, me preguntaba suavemente como debía tocarme; tan torpemente quería verme, así como yo siempre la había visto a ella.

Cerré los ojos mientras me dejé llevar del crudo roce de su amor, de la torpeza de sus manos, del succionar de sus labios, de la rudeza de sus dientes, los te amo que salían impetuosamente de ella, sentí lo que es estar envuelta en un rosal, amada; justamente ahí comprendí, porque las rosas tienen espinas, justo ahí supe, porque a las mujeres les gustan las rosas.

La versatilidad se cernía en mí de la forma más tierna, lenta, cruel, la dejé hacer; me dejé llevar, pequeña Rosa, déjame entender lo que es amar, déjame entender porque en cada paso de la historia cada amante termina buscando una fragante rosa roja en un rosal, recitando inspiradores poemas mientras el reloj marca las 2.


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© Katherine Diaz.
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