Se tan frío como el fuego y tan caliente como el hielo
En el vasto lienzo de la existencia, donde las paradojas danzan en un eterno vaivén, emerge una frase que desafía la lógica, que juega con la razón: "Se tan frío como el fuego y tan caliente como el hielo". Es el susurro de la contradicción, el grito silencioso de lo imposible hecho verso.
En este mundo de contrastes, donde el fuego arde con una frialdad calculadora y el hielo quema con la pasión de un amor prohibido, encontramos la esencia de la vida misma. Aquí, en el corazón de la paradoja, se esconde la verdad más pura, aquella que no se rinde ante los dictados de la naturaleza, que desafía el orden establecido.
El fuego, con su abrazo helado, nos enseña que incluso en el calor más abrasador puede haber un rincón de serenidad, un espacio donde la calma reina suprema. Nos invita a encontrar la paz en medio del caos, a buscar el silencio en la tormenta de llamas que consume todo a su paso.
Por otro lado, el hielo, con su calor sofocante, nos recuerda que incluso en la frialdad más penetrante puede brotar el calor de la esperanza, la chispa de la vida que se niega a ser apagada. Nos desafía a sentir con intensidad, a amar con la fuerza de un sol que no conoce el ocaso.
"Se tan frío como el fuego y tan caliente como el hielo" es, entonces, una invitación a explorar los límites de nuestro ser, a abrazar las contradicciones que nos conforman. Es un llamado a vivir plenamente, a sentir cada momento con la profundidad de quien sabe que en el equilibrio de los opuestos se halla el secreto de la existencia.
Así, navegamos por el río de la vida, donde las aguas del fuego y del hielo se entrelazan en un abrazo eterno. Aceptamos la invitación a ser complejos, a ser diversos, a ser todo y nada a la vez. Porque en la complejidad de ser "tan frío como el fuego y tan caliente como el hielo", descubrimos la belleza de ser humanos, la maravilla de ser únicos.
Y en este poema de prosa, donde las palabras fluyen como ríos de lava y nieve, dejamos que la frase nos transforme, que nos moldee a su antojo. Porque ser "tan frío como el fuego y tan caliente como el hielo" es ser arte, es ser poesía, es ser eternos en el instante fugaz de un verso.
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En este mundo de contrastes, donde el fuego arde con una frialdad calculadora y el hielo quema con la pasión de un amor prohibido, encontramos la esencia de la vida misma. Aquí, en el corazón de la paradoja, se esconde la verdad más pura, aquella que no se rinde ante los dictados de la naturaleza, que desafía el orden establecido.
El fuego, con su abrazo helado, nos enseña que incluso en el calor más abrasador puede haber un rincón de serenidad, un espacio donde la calma reina suprema. Nos invita a encontrar la paz en medio del caos, a buscar el silencio en la tormenta de llamas que consume todo a su paso.
Por otro lado, el hielo, con su calor sofocante, nos recuerda que incluso en la frialdad más penetrante puede brotar el calor de la esperanza, la chispa de la vida que se niega a ser apagada. Nos desafía a sentir con intensidad, a amar con la fuerza de un sol que no conoce el ocaso.
"Se tan frío como el fuego y tan caliente como el hielo" es, entonces, una invitación a explorar los límites de nuestro ser, a abrazar las contradicciones que nos conforman. Es un llamado a vivir plenamente, a sentir cada momento con la profundidad de quien sabe que en el equilibrio de los opuestos se halla el secreto de la existencia.
Así, navegamos por el río de la vida, donde las aguas del fuego y del hielo se entrelazan en un abrazo eterno. Aceptamos la invitación a ser complejos, a ser diversos, a ser todo y nada a la vez. Porque en la complejidad de ser "tan frío como el fuego y tan caliente como el hielo", descubrimos la belleza de ser humanos, la maravilla de ser únicos.
Y en este poema de prosa, donde las palabras fluyen como ríos de lava y nieve, dejamos que la frase nos transforme, que nos moldee a su antojo. Porque ser "tan frío como el fuego y tan caliente como el hielo" es ser arte, es ser poesía, es ser eternos en el instante fugaz de un verso.
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