...

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Sombra de lo que fuimos
Te escribo desde la penumbra de los días,
donde el tiempo se arrastra como un espectro,
y la línea entre amistad y amor
se difumina en el abismo de lo incierto.
Cada palabra tuya era un faro en mi noche,
y tu risa, una melodía macabra,
resuena en mi mente
como un eco que no conoce el olvido.

Tu piel canela, cálida como un ocaso siniestro,
¿fue un refugio o un espejismo?
Ese humor esplendoroso,
¿fue un enigma brillante o una ilusión fugaz?
Tu mirada, capaz de hechizar con solo verla,
me atrapaba en su abismo,
mientras yo, ciego de miedo,
permitía que la oscuridad nos devorara.

Te fallé, lo sé, y aun así,
me ofreciste un perdón
que parecía más una condena.
Pero yo, atrapado en mi propio caos,
no supe liberarte a ti, ni a mí.

No sé si es arrepentimiento lo que siento,
o si el peso de lo desconocido
me obliga a extrañar lo que nunca supe comprender.
Siempre he sido mi peor enemigo,
y contigo, mi condena fue aún más profunda.

Desearía tenerte frente a mí,
decirte lo que se oculta en las sombras de mi alma,
pero la cobardía me envuelve.
Y tú, ¿dónde estás ahora?
¿O tal vez nunca estuviste realmente?

Quizás algún día, en otra dimensión,
nos volvamos a encontrar.
Aunque no sé si seremos los mismos,
o solo sombras de lo que alguna vez fuimos.
Hoy solo me queda este poema,
un lamento que se desvanecerá en el vacío,
como un susurro perdido
en los abismos del tiempo y el espacio.

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