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Miradas y designios
Las hojas más verdes de las plantas coqueteaban un poco con la brisa mansa y desprevenida. Entretanto, en la hipnótica inmovilidad de una jornada de brisa ligera, y de un ambiente con hojas sumamente verdes y apelmazadas de humedad, dos miradas, y dos designios, esperaban el segundo exacto para cruzarse. A la par, yo, por mi parte, me mostraba bastante interesado en saber una cosa. Quería saber el nombre de aquella chica que estaba junto a mí, apoyada en una baranda, contemplativa y observando desde un tercer piso todo el entorno hacia abajo. Y bueno, se lo pregunté. Había qué. Y como resultado de aquella pregunta, nuestras miradas, y también los designios, se cruzaron. La forma de ser de aquella chica era bastante similar a la mía, eso me gustaba. La luz de su mirada traviesa y curiosa era el amor perdido y la pasión exultante de las estrellas más luminosas y titilantes de la noche. Sobre su nombre, ella me recordó que era el nombre más largo en la lista embriagante de una vida dedicada a descubrir cosas. Un nombre apropiado, desde luego, para tejer promesas. Lloviznaba serenamente, aunque el cielo se veía extrañamente luminoso y lleno de claros, y, junto a mí, una mirada, un designio, una voz dulce y segura, aquella chica y la suavidad castaña de su cabello impostergable, sus preguntas curiosas, su hermosa esencia nacarada, nuestro afán de querer impresionar el uno al otro con unas muy similares actitudes, unos instantes con deliciosos sorbos de tiempo, un susurro a la vez intenso y vacilante y una flor, no muy lejos, reavivando en una maseta junto a la baranda. Yo, por mi parte, me mostraba bastante interesado en saber otras cosas de ella. Recuerdo que era de mañana y era otoño.
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(Miguel Ángel Guerrero Ramos. Bogotá).
© Miguel Ángel Guerrero Ramos