En la penumbra de un día gris,
donde el peso del mundo se siente tan hondo,
la ansiedad acecha, un monstruo sutil,
y el alma se siente atrapada en su fondo.

El estrés es una sombra que nunca se apaga,
un eco constante que grita en la mente;
las horas se arrastran, la calma se embriaga,
y el corazón late con fuerza latente.

La depresión, un abismo que atrapa y consume,
susurra al oído promesas de adiós;
en este laberinto donde todo se asume,
el deseo de escapar parece ser la voz.

Pero hay un camino que invita a la luz,
un refugio cálido en la tormenta oscura;
hablar con un psicólogo es un acto de cruz,
una mano tendida que sana y asegura.

Con cada palabra que brota del pecho,
se disipan las sombras que nublan la vista;
es un espacio seguro donde no hay reproche,
donde el dolor se comparte y la carga se lista.

Las historias fluyen como ríos de vida,
cada experiencia es un paso hacia el ser;
en la voz del otro hay fuerza encendida,
un reflejo de lucha que invita a creer.

El psicólogo escucha con atención sincera,
sin juicios ni prisas,...