...

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La muerte y yo.
En aquel accidente, la muerte era inminente.
Mi latido constante se tornaba ausente.
Mi cuerpo salía despedido ese día, por el roto cristal de la ventanilla.
Mi hermano yacente, en el pasto adyacente.
Gemía en sollosos por la cercana muerte.
Al abrir yo mis ojos, pude percibir,
Una extraña figura dirigiéndose a mí.
Al verme tumbado y en mi sangre inundado,
Me tomó de la mano y me llevó de su lado, caminando a la orilla, del camino de arcilla.
Comenzó a dialogar conmigo al caminar:
Una oportunidad te he dado, para arreglar el pasado,
Para olvidar las rencillas y sanar las heridas.
A tu hermano has odiado y no lo has perdonado, tan solo por tus celos qué no han dado consuelo.
Te has refugiado en tu ego, y has olvidado el sociego. Hoy la vida acaba, ya no hay vuelta atrás,
aunque quieras salir
ya no hay oportunidad.
El último aliento se siente y está cerca,
Me llevo lo que me pertenece, aunque el alma prevalece.
El polvo hoy vuelve al polvo y la vida decrece.
No me pidas vida, pues yo solo doy muerte.
Por favor señor caballero, no se lleve mi vida, soy joven aún, deme una alternativa.
La sentencia está hecha, esta es el final de la brecha.
Dile adiós a tú hermano, que el final ya se acerca.
Desde aquel entonces, la respiración cesó, el corazón en el pecho su latido mermó, aquel joven no pudo decir adió a su hermano del alma, que ese día murió quedando en total calma.
Y el sobreviente de tan terrible accidente, fue testigo presente, de que en aquella muerte un caballero galante estaba apareció de repente, su nombre es sonante, a él le llaman "la muerte".
© Manuel Andrés Pérez