...

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La soledad es una maldición disfrazada de libertad
Puedes creer en mi confesión que se desliza,
una súplica silenciosa a la luna que escucha.
Las estrellas, testigos de mi insomnio,
mientras los demonios danzan en la oscuridad de mi mente.
Eres el faro en esta tormenta,
el amigo en quien mi alma confía.
Tu luz es el susurro que busco,
la única esperanza de salvarme de la sombra que me consume.

No soy el héroe de esta historia,
solo un peón en el tablero del destino.
Peco, caigo, me levanto en un ciclo sin fin,
en busca de redención.

La soledad es una maldición disfrazada de libertad,
un grito al cielo que se pierde en el vacío.
Vivir para sentir, sentir para saber que aún existo,
en este ciclo perpetuo que me ata.

Cada día, una batalla contra la gris melancolía,
nada fascinante en este juego de resistir.
La depresión es mi constante compañera,
un peso que llevo, invisible a los ojos del mundo.

No soy el héroe de esta historia,
solo un peón en el tablero del destino.
Peco, caigo, me levanto — un ciclo sin fin,
en busca de redención.

La soledad es una maldición disfrazada de libertad,
un grito al cielo que se pierde en el vacío.
Vivir para sentir, sentir para saber que aún existo,
en este ciclo perpetuo que me ata.

Y en este infierno personal, donde las llamas lamen mis pensamientos,
donde cada chispa es un recuerdo ¡que arde!

Gracias Dios por estar conmigo, en cada paso vacilante.


© Ronald Iriarte