Contemplo aquel rincón
y su piano,
inmaculada composición
en un lugar tan humano.
Música embebida
en el licor de la luna,
fuente de deseos
casi seca y vacía.
Los acordes descosidos
rozan mis dedos,
casi anhelando ser parte.
Una voz carbonizada
y sus vocales punzantes
rasguñan la partitura.

Hay un caldero,
en llamas arde mi pulso.
Un sueño brujo
que hierve mi desvelo.
Y de nuevo,
sin saberlo,
a metros del piano,
pasos a medianoche
despiertan mi piel de antaño.
Cuando las fosas bajo mis ojos
se imaginan en el regazo
de un caudal de oro
y frente a un roble
logra descansar mi cuerpo.

Agraciadas y sorpresivas,
las cuerdas del viento
al pulsar sus ráfagas
al son de la danza
arrinconada y taciturna.
Una obra mímica,
donde telarañas capturan
el polvo de mi pupila,
un color a desierto
deshidrata mi voz
y un aroma anciano
se atrofia en esta obra
pausada y escénica
de marfil y muerte.

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