El cielo velado en llamas,
lo anunció el azul acampanado:
el trueno será su ira.
Gotas de veneno escabullidas
en los poros de mi piel helada,
mientras te llamaba.
Agua, mano manchada
de sangre inocente.
Un maleficio traslúcido
corrompiendo el motor
de mis versos.
Y un vals mortífero
sin pareja ni rostro,
concibió los poemas
que me condenarían
a escribirte.

Un poema que exhala
el órgano que entona
cada víspera de lluvia,
cadencia de mi luto,
acorde del fragor.
Que mi tinta sea un ave libre
para tu pupila, estanque
donde se derrite este recuerdo.
Que el papel testifique
mi mirada a ti anclada.
Y un fragmento empedrado,
en un río de trágico curso
con el corazón
al borde de su plegaria
originada bajo la almohada
y sus plumas desesperadas.

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