...

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Tardes de verano
Un atardecer junto al mar,
palabras que se dicen y se guardan,
recuerdos hirientes sobre la piel,
sonrisas efímeras y botellas a la deriva,
todo lo que nos cambió,
todo lo que nunca fuimos ni seremos,
promesas que saben a olvido,
el miedo a la decepción, miedo a ser,
un desastre resultado de lo vivido,
miedo al qué dirán, a lo que somos para los demás,
a todo lo que nos hizo cambiar.
Escribir hasta desahogar la mente,
esa que llora en silencio cada noche,
y miente para no ser insuficiente, para no ser una molestia,
ya que el miedo crece hasta causar un derroche,
querer gritar y romper el silencio,
dejar de callar y empezar a hablar,
sentirse bien y comenzar a ser,
alguien que se pueda equivocar,
que pueda errar y volver a nadar,
bailar bajo la lluvia sin miedo a la tormenta,
aprender a decir no, sin sentir culpa,
sin temer a los demás.
Y quizá alguna tarde de verano,
todo mi esfuerzo no valga en vano,
y poder mirar al mar de los recuerdos,
decirle que puedo despedirme,
que no sabe cuánto me duele este adiós,
pero que ahora los recuerdos abandonan mi razón,
para empezar a escuchar a mi corazón.
Viento, llévate el miedo,
de cada uno de sus recuerdos,
tiempo, hazle cariño a cada una de sus cicatrices,
y deja que la tormenta caiga con estruendos.
Pero el mundo a mí se me hace grande,
y quiero bailar en su fuego,
sin miedo a quemarme, pero cómo dolerá,
el saber que algo en mí fallará.