Soledad
Ya estoy acostumbrado a estar solo, a que las personas se alejen de mí como hojas llevadas por el viento. No es que me guste la soledad, pero he aprendido a convivir con ella, a abrazarla como un viejo amigo que siempre está ahí cuando todos los demás se han ido.
Hace tiempo hice una bonita amistad. Compartimos risas, secretos y sueños. Ilusiones tejidas con hilos de confianza. Pero, como un castillo de naipes, todo se desmoronó. Los mensajes dejaron de llegar, las llamadas se volvieron silencio y la distancia se hizo insalvable.
¿Por qué? ¿Por qué siempre me encuentro en este punto? ¿Por qué la gente se aleja? ¿Acaso soy un imán para la soledad? Me pregunto si es mi culpa, si algo en mí espanta a los demás. Tal vez soy demasiado intenso, demasiado apasionado, o simplemente no encajo en este mundo de conexiones efímeras.
Pero no importa. La soledad es parte de mi vida. La acepto como un compañero fiel en este viaje incierto. A veces, en las noches más oscuras, me siento en el borde de la cama y miro al cielo estrellado. Pienso en todas las personas que han venido y se han ido, en las amistades que se evaporaron como el rocío al amanecer.
Quizás la soledad es mi destino. Quizás estoy destinado a caminar solo por este sendero, a contemplar la luna y sus cicatrices, a escuchar el susurro del viento entre los árboles. Pero no me rindo. No me resigno a ser un náufrago en un mar de olvido.
Porque la soledad también tiene su belleza. Es como un lienzo en blanco donde puedo pintar mis pensamientos, mis sueños, mis anhelos. Es un espacio sagrado donde puedo encontrarme a mí mismo, donde puedo sanar las heridas y construir puentes hacia mi propio corazón.
Así que aquí estoy, escribiendo estas palabras en la quietud de la noche. No sé si alguien las leerá, si resonarán en algún corazón solitario. Pero eso no importa. Porque, al final del día, la soledad es mi musa, mi confidente, mi refugio. Y aunque a veces me duela, también me hace más fuerte.
La soledad es parte de mi vida, pero no define mi existencia. Soy más que eso. Soy un alma en busca de conexiones, un corazón que late con esperanza. Y mientras respire, seguiré buscando la luz en medio de la oscuridad.
© Ronald Iriarte
Hace tiempo hice una bonita amistad. Compartimos risas, secretos y sueños. Ilusiones tejidas con hilos de confianza. Pero, como un castillo de naipes, todo se desmoronó. Los mensajes dejaron de llegar, las llamadas se volvieron silencio y la distancia se hizo insalvable.
¿Por qué? ¿Por qué siempre me encuentro en este punto? ¿Por qué la gente se aleja? ¿Acaso soy un imán para la soledad? Me pregunto si es mi culpa, si algo en mí espanta a los demás. Tal vez soy demasiado intenso, demasiado apasionado, o simplemente no encajo en este mundo de conexiones efímeras.
Pero no importa. La soledad es parte de mi vida. La acepto como un compañero fiel en este viaje incierto. A veces, en las noches más oscuras, me siento en el borde de la cama y miro al cielo estrellado. Pienso en todas las personas que han venido y se han ido, en las amistades que se evaporaron como el rocío al amanecer.
Quizás la soledad es mi destino. Quizás estoy destinado a caminar solo por este sendero, a contemplar la luna y sus cicatrices, a escuchar el susurro del viento entre los árboles. Pero no me rindo. No me resigno a ser un náufrago en un mar de olvido.
Porque la soledad también tiene su belleza. Es como un lienzo en blanco donde puedo pintar mis pensamientos, mis sueños, mis anhelos. Es un espacio sagrado donde puedo encontrarme a mí mismo, donde puedo sanar las heridas y construir puentes hacia mi propio corazón.
Así que aquí estoy, escribiendo estas palabras en la quietud de la noche. No sé si alguien las leerá, si resonarán en algún corazón solitario. Pero eso no importa. Porque, al final del día, la soledad es mi musa, mi confidente, mi refugio. Y aunque a veces me duela, también me hace más fuerte.
La soledad es parte de mi vida, pero no define mi existencia. Soy más que eso. Soy un alma en busca de conexiones, un corazón que late con esperanza. Y mientras respire, seguiré buscando la luz en medio de la oscuridad.
© Ronald Iriarte