...

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Fósforo

La soledad es un fósforo,
pequeña chispa en la oscuridad,
una luz que brilla en el abismo,
pero que se apaga con facilidad.
En la caja de momentos vacíos,
espera su oportunidad,
como un sueño olvidado,
como un susurro en la tempestad no recordado sin calma, ni ilusión...
En un rincón del alma,
donde los ecos se confunden,
la soledad se siente,
y con paciencia se expande.
Un fósforo guardado,
sin prisa por encender,
saborea el silencio,
donde nadie viene a ver.
Cuando el viento sopla fuerte,
y la noche se vuelve densa,
la soledad se enciende y comienza,
su fuego no es de defensa.
Brilla por un instante,
una luz que todo abarca,
pero su fulgor es breve,
y la calma pronto marca.
Un momento de calidez,
una conexión efímera,
la soledad se siente viva,
como una llama que titila.
Recuerda que el calor,
aunque fugaz, es real,
y aunque arda con pasión,
deja cenizas al final.
Después de la explosión,
después del gran destello,
la soledad regresa,
al silencio de su sello.
El fósforo se apaga,
la luz se vuelve sombra,
y el eco de la risa
en el vacío se deslumbra.
Pero en cada apagón,
hay un ciclo que renace,
la soledad es un fósforo,
que en el alma nunca yace.
Se guarda para el momento,
se prepara para el día,
cuando la vida ofrezca,
la soledad y compañía.
Así, como el fósforo,
la soledad se vuelve arte,
una danza de luces y sombras,
en el corazón, un estandarte.
No temamos su abrazo,
pues también es un fuego,
que, aunque breve y solitario,
en la penumbra, es un ruego.


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