Domesticando a un pájaro carpintero.
En el tiempo que tengo de vida, no conocí nadie que pudiera, domesticar un ave tan rebelde que sobrevolaba donde quería y que no tenía amo ni jaula.
Me dió la libertad de moverme por el mismo cielo si así lo quería, sin embargo yo siempre volvía, donde había casa y comida caliente.
Domesticado por su atención y sus versos de poetiza, por su colorida alma y cristalina mirada, por sus acentos angélicos y su gracia única.
Mientras de aquel pájaro carpintero que un día vagò sin rumbo, no quedaba más que la versión doméstica e ingenua de un ave de casa.
Nunca vi tal cosa y me pregunté si podría un día no volver, hasta que cierta ocasión volé tan lejos que no encontré el camino de vuelta a casa, me perdí en la oscura noche y tuve miedo, miedo de no volver a ver su luz.
A pesar de que los pájaros carpinteros no volamos en la oscuridad de la noche, rayé una ruta de percepción buscando su olor distintivo, la encontré, me esperaba, preocupada y di gracias al gran soberano por haberme domesticado, por aprender que también los pajarillos silvestres podemos tener un hogar.
Desde entonces hay una ligera variación en mi rutina, ya no salgo solo, le llevo conmigo en el pensamiento y en el alma, podré no ser un ruiseñor, pero soy un carpintero domesticado.