...

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Pena sonora
Piano de madera,
quieto en el pasillo
de una gran casa.
Gateaba sobre nanas,
susurraba escalas,
dormía bajo el manto
de cantos compuestos
con claros de luna
y un timbre amarillo
que la garganta expulsa.
En alto su pañuelo,
tela de crisantemos
y de hojas blancuras
que su sueño reman
en aquellas partituras
empolvadas de tiempo.

Corazón compositor,
empapado de agua
que cae de sus arpegios,
cascadas que derraman
sonidos escurridizos.
Y el sol delator,
del reflejo,
un rostro liso
que mira al alba.

Piano solo,
ya conoce la promesa
que las manos pianistas,
recitaban sobre su teclado.
Arte que profesa
un paisaje casi incoloro,
con notas de otoño
cayendo del meñique,
y un acorde de verano
rizando nubes de oro.
Es la música que viste
de túnicas y rojo
aquella réplica
de una mirada
posada en el negro
de la tinta.

Gran casa que contiene
tantas cosas hogareñas,
aún si incluye
la musical pena
que corre y fluye
en aguas de piano,
manos que se sumergen
y levantan temprano
un sol de mena.

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