Ignorado
En el silencio de mi habitación, las palabras se agolpan en mi garganta, cada una luchando por ser la primera en escapar, pero ninguna lo logra. La pantalla del teléfono es un espejo de mi soledad, reflejando solo mi rostro ansioso, esperando una señal, un destello de atención que no llega. Las horas se deslizan como granos de arena entre mis dedos, y con cada mensaje ignorado, un pedazo de mi esperanza se desvanece.
Escribí mi corazón en un mensaje, palabras cargadas de sueños y deseos, enviadas al vacío de tu ausencia. Fue un salto al abismo, un riesgo calculado, pero la caída fue más profunda de lo esperado. Desde entonces, el cambio se instaló entre nosotros, una barrera invisible tejida de silencios y miradas esquivas.
Ahora, cuando intento alcanzarte, me encuentro con excusas que resuenan como ecos en un cañón vacío. Tu voz, una vez melodía, se ha convertido en una nota sostenida de indiferencia. Mi teléfono, cómplice de mis confesiones, ahora es testigo de tu distancia. Veo mi reflejo en la pantalla apagada, un fantasma de lo que una vez fui.
Quisiera contarte sobre los días y las noches, sobre las tormentas que azotan mi mente, pero el espacio a tu lado está siempre ocupado, lleno de sombras y de silencio. Me pregunto si alguna vez volverás a ser el puerto seguro donde anclar mis palabras, o si seguiré navegando en este mar de incertidumbre, donde cada "visto" es un golpe contra el casco de mi barco a la deriva.
Y así, en la quietud de mi cuarto, con el corazón en la mano y el teléfono en la otra, me siento como un pintor con un lienzo en blanco, incapaz de dibujar tu presencia en mi vida, que se desvanece como la tinta en el agua, dejando solo el eco de un amor que, en su intento de volar, olvidó cómo aterrizar.
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Escribí mi corazón en un mensaje, palabras cargadas de sueños y deseos, enviadas al vacío de tu ausencia. Fue un salto al abismo, un riesgo calculado, pero la caída fue más profunda de lo esperado. Desde entonces, el cambio se instaló entre nosotros, una barrera invisible tejida de silencios y miradas esquivas.
Ahora, cuando intento alcanzarte, me encuentro con excusas que resuenan como ecos en un cañón vacío. Tu voz, una vez melodía, se ha convertido en una nota sostenida de indiferencia. Mi teléfono, cómplice de mis confesiones, ahora es testigo de tu distancia. Veo mi reflejo en la pantalla apagada, un fantasma de lo que una vez fui.
Quisiera contarte sobre los días y las noches, sobre las tormentas que azotan mi mente, pero el espacio a tu lado está siempre ocupado, lleno de sombras y de silencio. Me pregunto si alguna vez volverás a ser el puerto seguro donde anclar mis palabras, o si seguiré navegando en este mar de incertidumbre, donde cada "visto" es un golpe contra el casco de mi barco a la deriva.
Y así, en la quietud de mi cuarto, con el corazón en la mano y el teléfono en la otra, me siento como un pintor con un lienzo en blanco, incapaz de dibujar tu presencia en mi vida, que se desvanece como la tinta en el agua, dejando solo el eco de un amor que, en su intento de volar, olvidó cómo aterrizar.
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