...

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En medio de la noche
Te llamé, implorando tu presencia.
"Por favor, ven a mí", susurré en la quietud, rogando que no sepultaras los pensamientos que anhelabas liberar.
"Yo te lleno", prometí, extendiendo mi copa, un refugio para tus deseos más profundos. "Bebe de mí", ofrecí, sabiendo que dentro de mí encontrarías lo que realmente buscabas.

En la penumbra, te invité a acostarte, a descansar en la certeza de nuestro amor, un amor que ambos conocíamos tan íntimamente.

Cuando la noche caía, te pedía que dijeras mi nombre. "Solo di mi nombre", y yo estaría listo para que me domaras, para que tomaras las riendas de este encuentro. Despierto en la oscuridad, anhelaba tu sabor, deseando que durara toda la noche, hasta que la mañana nos encontrara aún entrelazados, cada uno obteniendo lo que era suyo.

Las llamas ardían, las olas rompían, invadiendo mi ser como un huracán desenfrenado.
Te capturé en mi tormenta, te dejé hipnotizada por el poder que emanaba de mí. Pero al final, era yo quien te pedía:
"Ven, acuéstame", porque tú conocías este amor, un amor que era nuestro y solo nuestro.

Y así, en medio de la noche, te llamaba. "Llámame", decía, "di mi nombre como si me necesitaras".
Y sabía que en la profundidad de la noche, solo con decir mi nombre, estarías dispuesta a domarme, a unirnos en un baile eterno de pasión y deseo.

©Ronald Iriarte