...

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Humo.
Al salir por el portón negro se me escapa un suspiro mientras mis hombros caídos vuelven a su lugar.

Voy dando tumbos sin saber exactamente a donde llegar, pues este sitio hace tiempo que dejo de ser mi refugio, el hogar donde en paz descansan aquellas promesas de llevarla al altar grabadas en mis pensamientos como en cualquier memorial lleno de tragedias y recuerdos.

Cuando los rostros empiezan a pasar no soy capaz de sostener su mirada, cuan pesadumbrosa es mi conciencia que mantiene mi boca cerrada y aún sigue sin ser suficiente para mitigar la ansiedad en mis manos ocultas dentro de mis bolsillos, hurgando de nuevo por un cigarrillo, de sus favoritos, para imaginar el sabor de sus labios en los míos.

Me vuelvo casi un perro callejero, sentado en la acera y mirando al pavimento, en el vagón siendo no más que otro pasajero.

Finalmente tengo que sentarme bajo la sombra de una farola, alumbrado por las fugaces luces de la carretera y pienso en el camino que me queda, sabiendo que la cama donde quisiera estar está más allá de un bulevar, y en ella reposa tan bella la dueña de mi cuerpo, mi alma y todo lo que llevo por dentro, hasta del último aliento de mi fatigado suspirar, cuando me encuentro frente a la puerta y sé que conmigo no estará durmiendo.

Su rostro es hermoso, como inolvidable se vuelve el eco, ese que dispersa el dolor que me invade durante sueños, pero siempre al percibir el sereno roce de nuestros dedos, aunque se sepa ajeno es un milagroso bálsamo para mis miedos.

Apenas soy capaz de esbozar mi mejor sonrisa y mi mundo se paraliza, después de percibirla a ella y entregarle mi cariño hasta mi última caricia, puedo regresar a esta vida vacía para recitar verso tras verso cuanto la amo con mi más profunda melancolía.


© Kalashnikov