Alma y el Muñeco Vudú
🔮
Alma es aprendiz de brujería,
le gustan las runas y también la astrología.
Tiene un retrato en la estantería;
es de su amigo, se llama Elías.
Alma cuenta con los dedos
los días que faltan para poder verlo,
pues se esconde bajo su velo
un amor a contratiempo.
Alma guarda en su cajón
un pequeño muñeco vudú,
que poco a poco cosió,
y de Elías lleva champú.
Alma fue tan detallista
en hilar su muñequito,
que le preguntó a su dentista
el color de su incisivo.
Alma contó cada lunar,
cada grano, cada estría,
que es por eso que hoy Elías
lleva siempre mascarilla.
Alma es una bruja especial,
no clava agujas ni pone broches,
ella guarda a su fantoche
y lo abraza cada día, cada noche.
Alma odia el color de la sangre,
pero como Elías tiene cicatrices,
cortó su brazo, muy impasible,
y pintó al muñeco con rojo de tres distintos matices.
Alma podrá amarlo bastante,
pero nunca hasta el desgarre,
pues por si sola se da cuenta
de que está mal hacer amarres.
Alma lo ama con el alma,
aunque Elías nunca le sonría,
y es que ella tiene la osadía
de ignorar dicha apatía.
Alma a veces se mira en el espejo,
cuando tiene ganas, cuando tiene tiempo,
pero un frío domingo de enero
se vio una aguja, allí en su pecho.
Alma desesperó con tal suceso,
llamó a su amado, cayendo al suelo,
llorando sangre, venciendo el sueño,
deseando un primer, y a la vez último beso.
Alma agoniza, Alma se duerme.
Alma lo extraña, Alma lo quiere.
Alma sin alma, Alma se muere.
El muñeco habla, lento se mueve.
Ella lo dió todo, hoy se arrepiente.
Entregó su alma, sin precedentes.
Cayó en las trampas, las de la muerte.
Ya no hay arreglo, fue una imprudente.
No clavó agujas, clavó sus uñas.
No puso broches, puso sus noches.
Contó los días, no los reproches,
entre tormentas, de medianoche.
Por eso hoy, Alma se ha muerto.
Creó ilusiones, bailó tormentos.
No amó a Elías, amó a un muñeco,
que ahora camina, que ahora es sus huesos,
su propia carne, su propio cuerpo.
Alma vendió su alma
a un par de ligamentos.
Alma no tiene alma,
la entregó sin juramentos.
Alma amó con el alma
a una tela con relleno.
¿Alma era un alma,
o un pedazo de polietileno?
Alma abrió los ojos,
y miró al muñeco
pero como Narciso,
solo vio su propio reflejo.
Eran sus dedos,
eran sus miedos
eran sus labios,
era su velo.
Había cosido,
con su cabello,
todo aquello
que no veía
en el espejo.
Esa era ella, hecha muñeco.
Los dos lunares, bajo su pecho.
Esa era Alma, era su cuerpo.
Se amó a sí misma, y nunca quiso verlo.
© Ludmila Juno
Alma es aprendiz de brujería,
le gustan las runas y también la astrología.
Tiene un retrato en la estantería;
es de su amigo, se llama Elías.
Alma cuenta con los dedos
los días que faltan para poder verlo,
pues se esconde bajo su velo
un amor a contratiempo.
Alma guarda en su cajón
un pequeño muñeco vudú,
que poco a poco cosió,
y de Elías lleva champú.
Alma fue tan detallista
en hilar su muñequito,
que le preguntó a su dentista
el color de su incisivo.
Alma contó cada lunar,
cada grano, cada estría,
que es por eso que hoy Elías
lleva siempre mascarilla.
Alma es una bruja especial,
no clava agujas ni pone broches,
ella guarda a su fantoche
y lo abraza cada día, cada noche.
Alma odia el color de la sangre,
pero como Elías tiene cicatrices,
cortó su brazo, muy impasible,
y pintó al muñeco con rojo de tres distintos matices.
Alma podrá amarlo bastante,
pero nunca hasta el desgarre,
pues por si sola se da cuenta
de que está mal hacer amarres.
Alma lo ama con el alma,
aunque Elías nunca le sonría,
y es que ella tiene la osadía
de ignorar dicha apatía.
Alma a veces se mira en el espejo,
cuando tiene ganas, cuando tiene tiempo,
pero un frío domingo de enero
se vio una aguja, allí en su pecho.
Alma desesperó con tal suceso,
llamó a su amado, cayendo al suelo,
llorando sangre, venciendo el sueño,
deseando un primer, y a la vez último beso.
Alma agoniza, Alma se duerme.
Alma lo extraña, Alma lo quiere.
Alma sin alma, Alma se muere.
El muñeco habla, lento se mueve.
Ella lo dió todo, hoy se arrepiente.
Entregó su alma, sin precedentes.
Cayó en las trampas, las de la muerte.
Ya no hay arreglo, fue una imprudente.
No clavó agujas, clavó sus uñas.
No puso broches, puso sus noches.
Contó los días, no los reproches,
entre tormentas, de medianoche.
Por eso hoy, Alma se ha muerto.
Creó ilusiones, bailó tormentos.
No amó a Elías, amó a un muñeco,
que ahora camina, que ahora es sus huesos,
su propia carne, su propio cuerpo.
Alma vendió su alma
a un par de ligamentos.
Alma no tiene alma,
la entregó sin juramentos.
Alma amó con el alma
a una tela con relleno.
¿Alma era un alma,
o un pedazo de polietileno?
Alma abrió los ojos,
y miró al muñeco
pero como Narciso,
solo vio su propio reflejo.
Eran sus dedos,
eran sus miedos
eran sus labios,
era su velo.
Había cosido,
con su cabello,
todo aquello
que no veía
en el espejo.
Esa era ella, hecha muñeco.
Los dos lunares, bajo su pecho.
Esa era Alma, era su cuerpo.
Se amó a sí misma, y nunca quiso verlo.
© Ludmila Juno