Desenfreno
Ella se sienta en mi regazo a horcajadas,
mientras mis brazos le arropan
y mis manos manipulan su espalda,
la tela de su franela
impide el contacto directo
de su piel con mis dedos.
Gana algo de altura con respecto a mi cabeza
ya que está sentada sobre mis piernas.
Sus cabellos mojados caen
como lianas en mi cara,
mientras que mi mirada baila
en cada figura de su rostro,
posandose en sus mejillas,
su frente, nariz y labios.
Intento descifrar el halo de sus ojos,
aunque sean oscuros y serenos,
estos esconden la llama
de una pasión que se avecina.
Meto mis manos entre su espalda y la franela, recorren con animosidad cada área
mientras le produce espasmos por el tacto.
Sus ojos obserban mi delineado labio
y se acerca para rozarlos con los suyos.
La jalo un poco hacia mí
para eliminar la brecha
de sus labios con los míos
y estos entran en contacto;
se humedecen, chasquean entre ellos
y vuelven a unirse.
Ladeamos nuestras cabezas
y aperturamos con grandes bocanadas
una intensidad desefrenada;
nuestras lenguas, tímidas aún por el roce,
se balancean lentamente
en una danza parsimoniosa.
Mis manos la apretan hacia mi pecho
mientras que las de ella agarran mi nuca
para no perder esa unión acalorada.
© Oscar Adrián Díaz
mientras mis brazos le arropan
y mis manos manipulan su espalda,
la tela de su franela
impide el contacto directo
de su piel con mis dedos.
Gana algo de altura con respecto a mi cabeza
ya que está sentada sobre mis piernas.
Sus cabellos mojados caen
como lianas en mi cara,
mientras que mi mirada baila
en cada figura de su rostro,
posandose en sus mejillas,
su frente, nariz y labios.
Intento descifrar el halo de sus ojos,
aunque sean oscuros y serenos,
estos esconden la llama
de una pasión que se avecina.
Meto mis manos entre su espalda y la franela, recorren con animosidad cada área
mientras le produce espasmos por el tacto.
Sus ojos obserban mi delineado labio
y se acerca para rozarlos con los suyos.
La jalo un poco hacia mí
para eliminar la brecha
de sus labios con los míos
y estos entran en contacto;
se humedecen, chasquean entre ellos
y vuelven a unirse.
Ladeamos nuestras cabezas
y aperturamos con grandes bocanadas
una intensidad desefrenada;
nuestras lenguas, tímidas aún por el roce,
se balancean lentamente
en una danza parsimoniosa.
Mis manos la apretan hacia mi pecho
mientras que las de ella agarran mi nuca
para no perder esa unión acalorada.
© Oscar Adrián Díaz