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Crece el desierto
Crece, crece el desierto y cada vez se hace más largo el camino, caminante, y seca está mi mente como la higuera maldecida por El crucificado, por El loco. Higos no puedo dar ya para el pobre eremita, ni aún sombra para defender su extenuado cuerpo de la inclemencia del sol que se alza, hoguera eterna, sobre todos los mortales que brincan como pulgas en las arenas ardientes. Pero ¿qué peso tendrá mi queja, si aún en la más grande abundancia, mi magín no fue sino una mama apenas capaz de dar una leche pobre y amarga? ¿No estará mejor así, seca, como señal de la desolación, con sus ramas retorcidas y quebradizas, azotadas por el viento hirviente, con las raíces hundidas en el árido suelo y que nada nadie pueda exigir de ella?
Pero no dejes de acercarte, caminante extraviado, no pierdas la esperanza, tal vez, por algún milagro, broten mis renuevos y pueda yo ofrecer alguna fruta agria, alguna breva insípida con la que calmes la sed que te abrasa.


© Mauricio Arias correa