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La batalla de Covadonga
En la antigua Iberia,
De un coraje ya eterno,
Se alza una historia,
en brumas envuelta.
De montañas y valles,
en su manto de invierno,
Covadonga, la batalla,
que a la patria despierta.

Don Pelayo, valiente,
de un noble linaje,
Guerrero asturiano,
con el corazón de león.
Alzó su estandarte,
llamando al coraje,
Defender su tierra,
su santa misión.

Morería avanza,
con furia y espada,
En torrentes de fuego,
destrucción y dolor.
Pero es Covadonga,
esperanza guardada,
Un puñado de héroes,
Frente al invasor.

En la gruta sagrada,
su refugio y amparo,
La Virgen los mira,
con ojos de paz.
Y en el alma de todos,
Se enciende ese faro,
Que guía sus pasos,
Por la libertad.

El rugir de las armas,
el valle en penumbra,
La lucha es feroz,
no hay tregua ni fin,
Las rocas resuenan,
tambor que retumba,
Y el río, en su curso,
se tiñe carmesí.

Los astures resisten,
cual viento en tormenta,
No ceden terreno,
no dan paso atrás,
Y en cada embestida,
la fe los sustenta,
Por la gloria y la muerte,
la patria y la paz.

Pelayo se alza,
su espada en lo alto,
Incita a sus hombres,
a un último envión,
En la cima del monte,
se decide el asalto,
Y el sol en lo alto,
corona la acción.

Los invasores se quiebran,
Detienen su avance,
El miedo los ciega,
el terror los consume,
Y en la noche que cae,
el destino cumplido,
Covadonga ya es libre,
El enemigo lo asume.

Así nace una gesta,
que el tiempo no olvida,
Un canto de guerra,
de honor y de fe,
Don Pelayo, su líder,
su guía en la vida,
En Covadonga,
Se alza como Rey

Y en cada rincón,
en cada aldea,
Se canta la hazaña,
se cuenta el valor,
De aquellos valientes,
que no claudicaron,
Que en la patria naciente,
Mostraron fervor.

© M.Aokigahara