El Leviatán
¡Despierta, oh, gran bestia antigua, dormida en el limo de las profundidades!
Despierta y asciende hacia nosotros.
Ven a estremecer la tierra y el cielo.
¡Haz caer al sol y a la luna, y engúllelos enteros, como la culebra overa traga los huevos!
El que te amenazaba con la espada ha caído; ya se cuenta entre los dioses muertos,
que yacen como troncos podridos, propicios para el nido de la Escolopendra
Sube a este mundo y ofreécenos la luz de tus ojos y el calor de tu aliento.
Los hombres te hemos esperado siempre; es por eso que miramos con estremecimiento y fascinación al mar, al inmenso, violento y oscuro mar…
Hace ya tiempo que languidecemos, nos debilitamos, nos pudrimos bajo el sol, pues sin darnos cuenta, hemos arrojado a la letrina, donde tiramos a los antiguos dioses, nuestro espíritu, y nos sentimos desnudos y solos; temblorosos como un niño rescatado de una inundación.
¡Ven, que ya no hay justos, esos perros vengativos, que esperaban el gran banquete de tu carne bajo una tienda hecha con tu piel.
Arremolina las aguas con tu vigor, remueve el fondo del mar.
Ilumina a la tierra y al abismo con tus pupilas fosforescentes.
La anaconda y el caimán dejarán la ciénaga para calentarse a la luz de tus ojos; y desde las oscuras frondas te verá el casuario.
© Mauricio Arias correa
Despierta y asciende hacia nosotros.
Ven a estremecer la tierra y el cielo.
¡Haz caer al sol y a la luna, y engúllelos enteros, como la culebra overa traga los huevos!
El que te amenazaba con la espada ha caído; ya se cuenta entre los dioses muertos,
que yacen como troncos podridos, propicios para el nido de la Escolopendra
Sube a este mundo y ofreécenos la luz de tus ojos y el calor de tu aliento.
Los hombres te hemos esperado siempre; es por eso que miramos con estremecimiento y fascinación al mar, al inmenso, violento y oscuro mar…
Hace ya tiempo que languidecemos, nos debilitamos, nos pudrimos bajo el sol, pues sin darnos cuenta, hemos arrojado a la letrina, donde tiramos a los antiguos dioses, nuestro espíritu, y nos sentimos desnudos y solos; temblorosos como un niño rescatado de una inundación.
¡Ven, que ya no hay justos, esos perros vengativos, que esperaban el gran banquete de tu carne bajo una tienda hecha con tu piel.
Arremolina las aguas con tu vigor, remueve el fondo del mar.
Ilumina a la tierra y al abismo con tus pupilas fosforescentes.
La anaconda y el caimán dejarán la ciénaga para calentarse a la luz de tus ojos; y desde las oscuras frondas te verá el casuario.
© Mauricio Arias correa