Esa imagen de piel tiritante bajo la tenue luz que se colaba por la ventana, me hipnotizaba. Las imperfecciones pasaban a segundo plano, es que no habían, era perfecto ante mis ojos que ya lo han visto todo. Al acercarme lentamente, mi corazón palpitante rugía más allá de mi control. Quería tenerle, sentirle, amarle, darle todo lo que con mis manos podía crear. Su respiración entrecortada, algo sutil, algo mortal, me enviciaba, quería continuar, detenerse ahora no era opción, ¿quien sería capaz teniendo la dicha tan cerca? Ya ahí, mis dedos inquietos, capaces de tomar al mundo a su antojo, entorpecían y dudaban. Adicta a lo que mis ojos apreciaban, tanta belleza en un solo ser, único y perfecto. De labios rosados, cabellos de Sol y hermosas pecas que competían con las vastas galaxias del universo me hacían sumergirme en un placer visual descomunal que me hacían perder la cordura. Su espalda, delicada como la de un pequeño indefenso, tersa y lustra, brillaba con el limitado rayo de Sol que lo bañaba. Era un ángel sin alas, un monumento del Olimpo a poca distancia de esta mortal de corazón frágil. Divino, mis dedos acariciando sus cabellos dorados, tan suaves hebras de oro puro. Su mirada de perfil bajo, incapaz de mantener contacto en un viaje de sensaciones infinitas que me regalaba sin reproche alguno, tiritaba, de nervios, de placer, no quería que acabase y aún no había comenzado nada. Ese momento único dónde el tacto conoce al cuerpo sumiso, dónde lento, tan despacio las caricias le hacían el amor inocentemente, casi sin querer tocarle para no dañar tan hermosa creación.
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© 2023 Alice InWonderland