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La última promesa - Capitulo 6
El Sol ya había salido hace unas horas. Melody se teletransportó al Hotel Llao Llao, el hotel más lujoso y más caro de Bariloche, que tenía una imponente vista al Lago Nahuel Huapi. Solo la gente más adinerada podía darse el lujo de alquilar una habitación por varias noches en ese hotel de 5 estrellas. Y una de esas personas era el Presidente del Sindicato de la Magia. Ella se detuvo frente a las puertas del Llao Llao Resort, una construcción de piedra y madera que estaba muy bien conservada. Dos guardias con túnicas amarillas custodiaban la entrada del imponente hotel que era la sede central del Sindicato de la Magia en el sur del país.

Cuando Melody se aproximó a la entrada, los guardias levantaron sus varas y se las apuntaron a la cara.



- Ni un paso más – le dijo la guardia de la derecha. Melody, que no se inmutó, mostró la caja y la dejó bien alto.

- Vengo a traer algo importante al Presidente – informó Melody y la guardia de la derecha le hizo una seña al de la izquierda para que se informará de esta visita imprevista.

- Martout, una joven viene a ver al Presidente diciendo que trae una caja. ¿La hago pasar? – el guardia de la izquierda esperó unos segundos y luego hizo una seña a la de la derecha para que deje pasar a Melody. Los guardias bajaron las varas, pero antes revisaron a Melody de arriba abajo, hasta le hicieron sacar las zapatillas. Luego de esta inspección minuciosa, la dejaron pasar a la recepción donde la hicieron esperar en un sofá beige muy suave y de textura fina, en el cual se quedaba dormida si la hacían esperar unos minutos más. Al llegar al ascensor, otros dos guardias con túnicas amarillas la volvieron a revisar con el mismo nivel de minuciosidad que los anteriores. Acto seguido, la dejaron pasar al ascensor donde la escoltaron.



Después de ascender al último piso, Melody finalmente llegó a la suite más cara del hotel y con la mejor vista al lago Nahuel Huapi. Sentado en un sillón de color negro y mirando al lago se encontraba el Presidente del Sindicato de la Magia, a quien uno de los hombres de túnica se acercó a avisarle que tenía visitas. El Presidente se levantó y le dio un fuerte abrazo a la joven.



- ¿Cómo está mi hija? – fue lo que le preguntó Horacio, mientras le daba una palmada en uno de los hombros a su hija.

- Ahí ando. Podría estar mejor – le respondió Melody seria.

- ¿A qué viene esta visita tan repentina? Nos podríamos haber reunido en otro lado – le recrimina el padre mientras Melody saca el medallón de la caja.

- Traje lo que me pediste – el padre agarró con cuidado el medallón y lo observó con detenimiento.

- Excelente. Sabía que no me ibas a defraudar – el padre la vuelve a abrazar y ella sin oponer resistencia, pero con incomodidad, lo abraza. No era el momento para abrazos.

- Sabes lo que te voy a pedir ahora – el padre asintió y le hizo una seña a Melody para que extendiera las manos. La joven obedeció y Horacio le depositó el medallón rojizo y negro.

- Ahí tienes la respuesta – Melody se quedó mirando el medallón. ¿Esta era la única respuesta? ¿No había otra forma de salvar a su madre, de terminar con la enfermedad terminal que la estaba acuciando?

- No puede ser. Tiene que haber otra manera de salvarla. No puedo usar esto. Es demasiado peligroso – le señaló Melody al viejo que la tomó de la cara y la miró fijamente a los ojos.

- Lamentablemente esa es la única forma. Escucha: busqué todas las maneras posibles y no encontré ninguna. Encima, con que lo uses una vez no va a pasar nada. Confía en mí – Melody se limitó a asentir y guardó el medallón en la caja.

- Ahhh… Tienes razón. No va a pasar nada si lo uso una vez – afirmó la joven.

- Acordate de devolverlo una vez que no lo necesites – le recordó Horacio con un tono un poco amenazante.

- Sí, señor – Melody le dio un abrazo y se despidió escoltada por los mismos guardias que la llevaron a esa sala.



Melody caminó por Avenida Bustillo hasta llegar al hotel donde estaba parando. Al abrir el cuarto en el que se alojaba, su madre estaba sentada en el sillón viendo una de esas películas que siempre repiten en los canales de aire. Melody le dio un fuerte abrazo y un beso en la mejilla y se sentó junto a ella. Su madre tenía la piel pálida y una bandana floreada en la cabeza.



- ¿Otra vez viendo esa película? – comentó Melody, pero la madre hizo de cuenta que no la escuchó. La película era una que Melody había visto miles de veces junto con su madre. Se acordaba de las líneas de memoria.

- Amo esta peli – dijo Susana con un tono ronco y débil. Melody no la podía ver así, pero lamentablemente era la realidad que tenía que vivir. La única solución la tenía en sus manos. Una solución peligrosa y que podría traerle graves consecuencias, pero era la última bala que le quedaba. Había probado con elixires y pociones mágicas, incluso con tratamientos alternativos, pero nada había podido curar la enfermedad terminal que padecía su madre.

- Mami, ya sé que no quieres saber más nada con tratamiento, pociones, medicamentos, etc. Te juro que esto es lo último – Melody sacó el medallón cuya luz nunca dejaba de brillar. La madre dejó de ver la pantalla del televisor y posó los ojos en el objeto circular, rojo y negro que tenía en las manos su hija.

- Hija… ya está – le dijo Susana haciendo fuerza para que le salieran las palabras.

- ¿Cómo que ya está? – Melody miró sorprendida a su madre.

- Admiro todo lo que estás haciendo por mí, pero hay que aceptarlo. Me voy a… -

- ¡Pero no ves que tengo la cura! Solo se lo pido y listo. Vas a estar revitalizada – Melody subió el tono y lo bajó inmediatamente ya que lo que menos quería era discutir con su madre en el estado en el que se encontraba.

- No. Hija… ya sé que… –

- ¡Pero ma… no ves que podés quedar como nueva! ¡No entiendo porque te niegas! – una lágrima empezó a discurrir por el rostro de Melody que no pudo evitar levantar la voz de esa forma.

- Lo siento, hija. Es lo que me toco y no me queda otra. No voy a usar ese medallón y menos si te puede traer problemas – la madre tosió con fuerza y tomó aire. Melody que se estaba secando las lágrimas que le brotaban, se levantó y se dirigió a la puerta.

Perdón, pero no puedo aceptarlo – dijo entre sollozos la joven que se fue del cuarto corriendo sin mirar atrás.

© Jero Gandini