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El caballero de la Armadura Carmesi
En la penumbra de la sala real, el caballero de la armadura carmesí permanecía inmóvil junto al trono vacío. Su armadura, forjada con el fuego de antiguas batallas, brillaba como un rubí en la oscuridad. Los murmullos de los cortesanos resonaban en las paredes, pero él no prestaba atención. Su deber era proteger el trono, incluso cuando el rey había desaparecido sin dejar rastro.

Fue entonces cuando el joven entró, con la espada desenvainada y los ojos ardientes de determinación. No llevaba armadura, solo una túnica raída y una mirada desafiante. El caballero se puso en guardia, su espada lista para defender el trono. Pero el joven no se detuvo. Avanzó con una ferocidad que sorprendió al caballero. Sus movimientos eran ágiles, su espada danzaba en el aire como una extensión de su brazo.

El combate fue largo y brutal. El joven era rápido y esquivo, pero el caballero tenía la experiencia y la fuerza de su lado. Sus espadas chocaron una y otra vez, faiscas saltando en todas direcciones. El joven se abrió paso, cortando la armadura del caballero en varios lugares. Pero el caballero también infligió heridas al joven, su espada encontrando su objetivo en más de una ocasión.

Finalmente, el joven soltó su espada. El caballero hizo lo mismo. Se miraron fijamente, respirando con dificultad. El joven estaba herido, sangre brotaba de su boca y su cabeza colgaba hacia atrás. El caballero también estaba maltrecho, pero su mirada seguía firme. Ambos sabían que no podían rendirse.

Sin decir una palabra, el joven se lanzó hacia el caballero. Se golpearon con puños y patadas, rodando por el suelo de mármol. El trono vacío fue testigo de su lucha desesperada. El joven logró un golpe certero en el rostro del caballero, pero este respondió con un codazo en las costillas. Ambos estaban al límite de sus fuerzas.

Entonces, el joven cayó. Se sentó en el trono vacío, su cuerpo temblando. El caballero se arrodilló junto a él, mirando su rostro ensangrentado. El joven sonrió débilmente.

"¿Por qué?" preguntó el caballero. "¿Por qué luchas contra mí?"

El joven escupió sangre. "Porque el trono debe ser ocupado. No puedo permitir que permanezca vacío."

El caballero asintió. "Eres valiente, muchacho. Pero el trono no es para ti ni para mí. Es para el rey que aún no ha regresado."

El joven cerró los ojos. "Entonces, que sea así."

Y así, en la penumbra de la sala real, el caballero de la armadura carmesí cuidó el trono vacío, mientras el joven yacía herido, con la cabeza boca abajo, derramando su vida en el suelo de mármol. Ambos habían luchado con pasión y determinación, pero solo uno permanecería en pie. El destino del reino pendía en un delicado equilibrio, como las hojas de una espada en el filo de la noche.
© Ronald Iriarte