HOLE
Las hojas caían de los árboles inmensos y abundantes en pleno pantano, se encontraba en la oscura y fría noche de invierno, mas su avaricia no podía llegar más que a otro extremo. Sainz se encontraba solemne, deleitado por su increíble curiosidad por lo místico, por lo fantasioso, por lo irreal y complejo del cosmos, quería decifrar de alguna manera lo que veía, la distorsión de sus manos que se agitaban por el frío, su cuerpo temblar y no de alivio, su sonrisa ensanchándose cada vez más. Sainz ha conseguido poder, pero no solo el superficial, únicamente trascendental, parece haberse ido y vuelto, pero con una versión más siniestra, se cae plácidamente en las oscuras aguas de su ambiente y trata de contar las ojas: Una por una, par en par, de tres en tres, llegando a infinitas posibilidades; es ahí donde, comprendió que solo era él contra todo, pero era en vano porque él saldría victorioso. Sainz vuelve a sonreír, esperando que un escalofrío recorriese su cuerpo, esa cosa estaba ahí.
–Ahora qué hago–, susurraba mientras su dorsal se estremecía.
Ha intentado de todo y solo ha llegado al fracaso, más que solo una vez que pudo salir del lodo. Por tal astilla, agarra un palo y lo muele en pedacitos, su poder ha sido exponencialmente divino, vuelve a sonreír hasta reír, en su rostro se veía excitación y sus ojos reflejaban placer instantáneo, no podría si quiera decir lo que presenciaba, más que solo un niñito iluso que creía ser capitán.
Sainz se arrastra como puede y la lluvia le acompaña, su intranquilidad es apaciguada cuando por fin se revela de sus tierras una libreta, pudo por infortunio, entenderla y así; poner en marcha su plan. Por más que se arrastrase por el lodo y las aguas, su codicia no saciaba, se creía imparable, pues de esta forma; lo pensaba Sainz un millón de veces consecutivas.
Deja un audible suspiro y las presas se esconden, suena el sonido de un cazador próximo, sin embargo; esto no era un impedimento para el caudillo, se sacude rápidamente y corre pisando las varitas puntiagudas que quedaban en el suelo, sus ojos lagrimeaban y sus pies se manchaban, una mezcla única y armoniosa, el color tierra del suelo y lo carmesí de su sangre, sus áreas rosadas enrojecidas adoloridamente, apenas se notaban en ese campo de adrenalina. Llega allí y despedaza el libro, arrojándolo al agua, simulando una presa viviente.
–Por aquí, amigo mío–, un soñador mencionaba, el capitán no quería más que solo seguir ordenes propuestas por él. El otro niñito aún seguía en pie, al final, solo se dio para uno y ese fue, efectivamente, para el bondadoso.
Sainz no comprendía lo que sucedía, apenas lograba mirar y tirar su enfoque en otra cosa que no fueran sus arduas preocupaciones, por lo que, sin más, por muy tarde que fuese, logró pasar a la otra orilla del pantano, por fin se libra y, es ahí que sus carnes descendían y partes largas blanquecinas se mostraban como un cuadro de exhibición en museo, su mirada se levantaba con algo de dificultad y veía a su amigo marchar sin ningún rasguño. Sainz muerto de la envidia, sujeta el brazo del tripulante pero este cae en un vacío, siendo un lugar más sombrío, opuesto a lo lleno y gélido, en el que él solo se podía lamentar, en el que solo podía llorar, pues su codicia le terminó su vida de gobernante.
Vuelve a sonreír ya acostado en el lecho del llano, y cierra los ojos, listo para partir y perturbar a hombres listos de sucumbir en el mundo de la avaricia.
© Aztrodead
–Ahora qué hago–, susurraba mientras su dorsal se estremecía.
Ha intentado de todo y solo ha llegado al fracaso, más que solo una vez que pudo salir del lodo. Por tal astilla, agarra un palo y lo muele en pedacitos, su poder ha sido exponencialmente divino, vuelve a sonreír hasta reír, en su rostro se veía excitación y sus ojos reflejaban placer instantáneo, no podría si quiera decir lo que presenciaba, más que solo un niñito iluso que creía ser capitán.
Sainz se arrastra como puede y la lluvia le acompaña, su intranquilidad es apaciguada cuando por fin se revela de sus tierras una libreta, pudo por infortunio, entenderla y así; poner en marcha su plan. Por más que se arrastrase por el lodo y las aguas, su codicia no saciaba, se creía imparable, pues de esta forma; lo pensaba Sainz un millón de veces consecutivas.
Deja un audible suspiro y las presas se esconden, suena el sonido de un cazador próximo, sin embargo; esto no era un impedimento para el caudillo, se sacude rápidamente y corre pisando las varitas puntiagudas que quedaban en el suelo, sus ojos lagrimeaban y sus pies se manchaban, una mezcla única y armoniosa, el color tierra del suelo y lo carmesí de su sangre, sus áreas rosadas enrojecidas adoloridamente, apenas se notaban en ese campo de adrenalina. Llega allí y despedaza el libro, arrojándolo al agua, simulando una presa viviente.
–Por aquí, amigo mío–, un soñador mencionaba, el capitán no quería más que solo seguir ordenes propuestas por él. El otro niñito aún seguía en pie, al final, solo se dio para uno y ese fue, efectivamente, para el bondadoso.
Sainz no comprendía lo que sucedía, apenas lograba mirar y tirar su enfoque en otra cosa que no fueran sus arduas preocupaciones, por lo que, sin más, por muy tarde que fuese, logró pasar a la otra orilla del pantano, por fin se libra y, es ahí que sus carnes descendían y partes largas blanquecinas se mostraban como un cuadro de exhibición en museo, su mirada se levantaba con algo de dificultad y veía a su amigo marchar sin ningún rasguño. Sainz muerto de la envidia, sujeta el brazo del tripulante pero este cae en un vacío, siendo un lugar más sombrío, opuesto a lo lleno y gélido, en el que él solo se podía lamentar, en el que solo podía llorar, pues su codicia le terminó su vida de gobernante.
Vuelve a sonreír ya acostado en el lecho del llano, y cierra los ojos, listo para partir y perturbar a hombres listos de sucumbir en el mundo de la avaricia.
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