...

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El condenado
No quiero mirar. Aguanto la respiración y me esfuerzo en no ceder a mis emociones, en no caer presa del dolor que noto en el pecho.
Frente a mi está él, el juez, quizá también el verdugo, espero su veredicto. Así se sienten los condenados a pena de muerte?

Esperando a que el juez impasible dicte la condena? A que tu garganta quede rota, sin voz, de la que solo salga sangre, resto inequívoco de que en algún momento hubo vida? De que el condenado en algún momento fue como los que lo condenan?

Suena absurdo, casi tengo la certeza de mi condena y sin embargo aquí sigo, con la esperanza de que se me declare inocente. Siento como si en mi pecho se me clavase un cristal, un dolor incomprensible, un dolor que imprimo en palabras para poderme liberar. Que somos los escritores y los poetas más que condenados a muerte que para suavizar la inyección letal utilizamos la anestesia de las palabras y los versos?

El dolor es mi gasolina, la que activa mis manos para que escriban lo que la mente no quiere expresar. El silencio es mi condena, que lucho por evitar con mi voz. El pensamiento es mi inyección letal porque no lo puedo controlar. Y tu recuerdo es la cerilla, con la que incendio el dolor y hace que mis manos escriban en llamas. El dolor de hoy sanará mañana.
© Moira de la Luna