...

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Loca ¿podrías hacerme un favor?
Capítulo 01☀
“«The Lakes» habla de identificarse con gente de hace cientos de años que tenían el mismo plan de escapar que yo y lo hicieron. (…) Puede que yo no sea capaz de ir a los lagos en este momento, o de ir a ningún lado, pero voy allí en mi cabeza y este plan escapista está funcionando”
—Taylor Swift
☀Ꮚ☀Ꮚ☀

La playa se extendía a mi lado y el canto de los pájaros se mezclaba con las olas rompiéndose. Miré hacia afuera, fijándome en las casas que ya encendían sus luces.

Ya no me encontraba en Santiago y se notaba. No había rastro del gris de los edificios; Eso parecía de otro tiempo, uno que nunca se topó con este pueblito apartado a orillas del mar.

Frené en el único semáforo que parecía tener este lugar y respire hondo. Cuando me había contactado con la editorial el trato había sido que tendría todo listo en cuatro meses, pero ahora no encontraba eso posible, menos en este pueblo que no parecía tener ni señal.

—Tengo tiempo… —murmuré al tiempo que revisaba el mensaje con indicaciones que me había mandado mamá.

El reloj marcaba las siete treinta, ya se empezaba a ver a gente caminando por el pueblo que tenía unas cafeterías abiertas y una que otra tienda, pero aparte de eso no parecía haber mucho.

Seguí la ruta indicada, que se alejaba un poco del centro hasta llegar a una villa con casas a la orilla de la playa. Cada casa tenía distintos estilos, algunas parecían sacadas de alguna película de época y otras eran mucho más modestas, pero yo buscaba una de tono azul pastel y de estilo americano, como me había dicho mi mamá.

Entre dos casas se encontraba la que parecía ser la que estaba buscando. Me quedé estacionada al frente, admirándola sin estar segura si esa hermosa casa era en la que me quedaría estos tres meses. Su fachada tenía un lindo porche delantero, pasto verde con algunas plantas y dos pisos con ventanas que no dejaban ver el interior por la oscuridad.

Solo cuando apreté el control y el portón se abrió pude creer que esa era la casa. Mi mamá había sido bastante modesta con la descripción de la casa de su amiga que, muy amablemente, se ofreció a prestarme al enterarse de que ya no tenía departamento.

Tal vez esto no sea tan malo.

Logré que no se me cayera ninguna cosa mientras abría la puerta con ansias de ver el interior que resultó estar decorado de una forma bastante relajada y acogedora, con tonos claros en toda la casa y además descubrí que tenía una terraza hacia el patio trasero que tenía acceso a la playa.

Dejé las llaves en la mesita junto a la entrada y encontré una nota que aparentemente era para mí:

“Constanza, tu mamá me dijo que te deje algunas de las indicaciones escritas porque no debes ya ni tener memoria de cuando viniste. Eras una bebé, pero en fin.
No hay nada en específico que debas saber, solo que tu cuarto es el primero del pasillo y que hay velas en todas las piezas porque hay veces en que la luz falla, pero si te faltan hay más en el cobertizo. Tengo muchos cachureos por la casa pero no importan. Ojalá puedas escribir tu libro, linda.
Con amor y atte: tu tía Rebeca.”

Dejé el papel en su lugar y me apresuré a dejar mis cosas. Una sonrisa se había formado en mi rostro sin darme cuenta y se ensanchó al ver que mi cuarto tenía una botella de vino y una copa sobre el velador. Traté de acomodar la ropa que traje junto con mis cosas para trabajar lo más rápido que pude y llame a mi mamá.

—¿Sí? —respondió con el tono que hacía parecer que la había sacado de sus pensamientos.

—Hola, mamá —salí del cuarto para pasearme por la casa. Me fijé primero en las pinturas y fotos que colgaban en el pasillo. —. Ya llegué a la casa y creo que tu amiga es mafiosa, ¿Cómo tiene esta casa gigante para ella sola?

Una risa sonó al otro lado del teléfono. —Deja de decir weas, mejor dime que te pareció el pueblo, ¿recordabas algo?

Empuje suavemente una puerta y asome el rostro, la habitación era un tipo de estudio de arte con pinceles esparcidos por el escritorio y varios caballetes. —No logré ver mucho, es que vine directo a la casa. No pasé por la casa de los tatas. —me acerqué a mirar una pintura incompleta de lo que parecía un establo que extrañamente se me hizo familiar. —Pero recuerdo cosas muy vagas del pueblo en general…

—Mhm, igual debe haber cambiado un poco.

—Sí, ahora tienen un semáforo. —me burlé y me aparté de la pintura.

—¿Sí? —la emoción era clara en la voz de mi mamá. —Como pasa el tiempo… —la escuche suspirar. —Cada vez más moderno todo.

—Claro… —murmuré sarcásticamente. Me dirigí a la sala de estar, paseando la mirada por los sillones amarillos pastel de tela. —A un paso de tener mall.

Seguro un mall usaría la mitad del pueblo y con la cantidad de gente que debía vivir aquí no creo que funcionaria.

—Eres muy graciosa. —imitó mi sarcasmo y me la imaginé rodando los ojos. —Ya, te dejo trabajar…

Mi sonrisa vaciló un poco. Estoy aquí por trabajo. —Sí, eso estaba por hacer.

—¿Cómo te sientes hoy? —su tono se volvió un poco más suave.

Me despeiné un poco el pelo rubio en un intento de calmar mi incomodidad. —Bien, mamá. Son cosas que pasan…

—Ya lo sé, pero es que…—se interrumpió a sí misma y suspiro ya rendida. —Ya sabes tú que opino. Cualquier cosa me llamas, ¿okay?

—Sí, no te preocupes. Te amo, saludos a Pato. —traté de despedirme antes de que volviéramos a dar vueltas con el tema.

—¡Besos! Él igual te manda saludos.

La escuché balbucear y luego la voz de mi padrastro: —Hola, Cony. ¡Suerte con tu libro!

Sonreí un poquito y devolví todos los saludos, al igual que despedidas, hasta que por fin corté.

Los problemas que había dejado en la ciudad regresaron de golpe, pero por unos instantes los traté de ignorar. Solo un ratito más.

Salí a la terraza y respire el aroma a playa. Tal vez estas si podrían ser unas vacaciones después de todo y…

El teléfono vibró.

Andrea: ¿Cómo vas? ¿Ya está escribiendo mi escritora estrella?

Creo que si hubiera estado poseída, hubiera girado la cabeza como endemoniada, pero soy una mujer adulta y madura, podía responderle a mi editora e ignorar a mis problemas, susurrar “¿creíste que te liberaste, weona?”.

Me apoyé en la baranda de la terraza y tomé un respiro antes de empezar a escribir con emociones que no me pertenecían.

Andrea:

•¿Cómo vas? ¿Ya está escribiendo mi escritora estrella?

Bien, ya estaba pensando en escribir.°

Entre líneas traté de decir “como el hoyo”.

•Que bien, cuéntame que tienes planeado.

Me estaba preparando para chamuyar como nunca antes, pero apareció su nombre en la pantalla. Apreté los labios y respondí, dejándola en altavoz.

—Hola, Andre-…

—Hola, linda. —me interrumpió y escuché una puerta cerrarse —Bien, ahora sí. Cuéntame como vas. Acá ya andan preguntando que llevas, tuve que escaparme para poder hablar contigo.

Sonreí solo un poco. —Estoy pensando en escribir sobre romance, algo rosa con flores…

—Constanza, tú y yo sabemos que no estás para escribir eso. —me regaño en un susurro. —Ni tú suenas convencida.

Miré a la casa de al lado. —Te aviso que no estoy al borde del abismo por una ruptura, son cosas que pasan. —mis ojos se pasearon vagamente por la pintura blanca. — Y seguir en lo mismo podría servir para el bloqueo.

—Te podría ofrecer que trates algo nuevo, tal vez contando como te sientes ahora, pero con esos toques fantasiosos. A la gente le gustan las historias que hacen que se identifiquen con los personajes.

Hice una mueca. —No creo que sea lo más interesante, por mi cabeza no pasa nada. Si miraras el interior de mi mente verías una de esas cosas que ruedan en los desiertos.

Suspiro exasperada. —Linda, tú lo puedes hacer interesante. Piensa que podrían querer leer las lectoras. ¿Una mujer que pasa por adversidades en su vida amorosa y tiene que escapar del mundo para recuperarse, o con una mujer que vive una historia de amor simplona?

Su exageración de mi situación me hizo rodar los ojos y miré al interior de mi nueva casa. —La segunda. Definitivamente la segunda opción.

—Constanza. — suspiró con fuerza.

No tenía los ánimos para explicarle que aunque lo que me planteara fuera lo que estaba viviendo, no me lograba sentir identificada como para contar eso.

—Sí, sí. Ya sé.

—Solo te lo recomiendo, querida. Sabes que lo que escribas nos va a encantar y a tus lectores también, solo te doy ideas para ver si liberarte de esa bolita de emociones en tu escritura logra que te salgas de este tipo de bloqueo.

Tengo unas ganas de decirle que la bolita de emociones está perfecta, pero obviamente me lo guarde. Me fijé en como las luces de la casa parpadearon sutilmente, lo que hizo que me vuelva consciente de que ya estaba casi oscuro el cielo.

—Ya lo sé, cualquier cosa que haga, te diré. —respondí.

—Está bien, Cony. Llámame cuando tengas alguna idea o si solo necesitas conversar. —Su tono volvió a ser maternal, aun con su toque fifí, pero eso no evito que sonriera. —Piensa, eres mi Taylor Swift de la literatura.

Me reí un poco. La Andrea es como mi Effie y yo su Katniss Everdeen. Me apoya en todo, siempre está ahí con su energía arrasadora y su típico “linda”.

—Te voy a creer. —estaba empezando a despedirme antes de que las luces parpadearan de nuevo y finalmente se apagaran de golpe. —Me estás webeando…

Corté la llamada antes de que la Andrea preguntara algo, y tire la cabeza para atrás rezando por paciencia.

☀Ꮚ☀Ꮚ☀

Parecía parte de una sesión espiritista con tantas velas alrededor, pero al menos tenía el computador y teléfono cargados. La luz ayudó un poco a disminuir ese ambiente tétrico que se había formado en la casa por el silencio y la oscuridad, no es que le tenga un gran temor a lo segundo, pero estaba totalmente sola y mil escenarios rondaron por mi cabeza, desde una vela quemando el lugar accidentalmente, hasta un chirrido del segundo piso suene como una amenaza.

Me acomodé en el sillón para soltar la tensión de mi cuerpo y miré el documento en blanco. Borré y escribí varias cosas, pero mi cabeza estaba en otras partes. Me obligué a ignorar mi frustración creciente y pensé en comer algo, ya que no viviría del vino que me estaba tomando.

Con lentitud me alejé del computador y me dirigí a la cocina de concepto abierto, al abrir el refrigerador la última pisca de buen humor que tenía se desvaneció. Había sido lo suficientemente weona para pensar que tendría comida.

—Puta la wea… —refunfuñé y revisé la hora en mi teléfono. Las nueve cuarenta.

Cerré el refrigerador un poco más fuerte de lo que esperaba y caminé directamente a la mesita donde había dejado las llaves. Tendría algo de comer sí o sí, porque no podía controlar que me pregunten a cada rato sobre mi situación sentimental o avanzar en ese libro con este bloqueo, pero sí podía ir al auto y comprarme lo que sea.

Salí de la casa con el viento fresco golpeando mi cara, pero al poner un pie afuera escuché un ruido. Me detuve en seco tratando de asegurarme que ese suave sonido no fue parte de mi imaginación. Poco a poco se hizo más fuerte y me di cuenta de que era un llanto muy agudo, mezclado con música infantil. Caminé al auto, moviendo la cabeza en todas direcciones, hasta que mi atención se fue a la ventana abierta del segundo piso de la casa vecina. Creí que el cuarto estaba vacío, hasta que vi a un hombre meciendo torpemente a una guagua que lloraba como si sus pulmones fueran eternos. Parecía que con cada movimiento que él hacía, el llanto empeoraba.

—Creo que así no se hace. —hablé por culpa de la frustración y tal vez preocupación por el bebé.

No sé cómo escuchó a través de todo ese llanto y música, pero opino que tenía desarrollado superoído porque se volteó con una cara de pocos amigos.

—¿Y tú quién eres? —pregunto sobre el llanto del bebé con una mirada que decía “¿De dónde saliste loca copuchenta?”

A mi paciencia inexistente no le gustó su tono, para nada. Me obligué a sonreír, pero el resultado no pasó piola.

—Tu nueva vecina —dije, frunciendo el ceño.—y creo que deberías bajarle a la música.

Frunció el ceño.—¿Pareciera que yo quiero escuchar eso?

—No lo digo por ti, lo digo por el bebé, el ruido no lo calmará. —abrí la puerta de mi auto.

Soltó risa ronca y sarcástica. —Disculpa, pero yo sabré qué hacer con mi hija.

Me tragué mis respuestas ofensivas y solo me encogí de hombros. —Lo que digas.

Me subí al auto y manejé de nuevo al pueblo. Gran primer día.

Para mi suerte, había una pastelería abierta, por lo que me comí las donas que pedí en mi auto, volviendo poco a poco a mi estado de frustración inicial y dándome cuenta de que la bolita de emociones había estallado como una bomba de tiempo.

© Trinidad Gallardo